
La cabeza de la momia de Tutankamon, decapitada por Carter
Aseguran que la maldición de Tutankamón es una mentira
El hecho de que sus “descubridores” murieran a una edad promedio de 70 años tira por tierra la vieja hipótesis. Dicen que fue una operación de prensa contra el Times de Londres, que tenía la primicia.
Sibila Camps

La momia del faraon Tutankamon en su tumba del Valle de los Reyes y Hawi Hawas
El espíritu de Tutankamón puede descansar en paz: después de cataratas de tinta y kilómetros de celuloide, la maldición de la momia resultó un invento sin el menor fundamento. A esa conclusión llegó el médico australiano Mark Nelson, quien estableció que las personas presentes en el descubrimiento de la tumba del faraón murieron a una edad promedio de 70 años.El trabajo fue publicado ayer en el British Medical Journal.
El joven rey Tutankhamón, cazando con arco, portando la corona Jepresh junto a su esposa Ankhesenamón, la hija de Akhenatón y Nefertiti.
Su autor, investigador de la Universidad de Monash en Prahan, analizó los datos de los 24 occidentales que presenciaron la apertura de la cámara mortuoria en 1922, y los comparó con otros 11 que en ese momento estaban excavando en otros lugares de Egipto. Estos últimos vivieron en promedio 75 años.

Sello del faraon Tutankamon con su nombre Neb Keperu Ra
Por lo tanto se trata, dice Nelson, de un mito urbano. Entretanto fue conformándose una bola de nieve tan inquietante como disparatada, que también arrastró —bajo tierra y para siempre— a las mascotas de los miembros de la expedición.
Howard Carter limpia la momia del faraon egipcio Tutankamon
Muchas tumbas egipcias fueron abiertas y saqueadas en tiempos antiguos, la mayoría poco después del funeral. En los tiempos modernos sólo la tumba de un faraón fue hallada relativamente intacta: la de Tutankamón. La descubrió el arqueólogo británico Howard Carter en noviembre de 1922, semioculta por casuchas de piedra que habían pertenecido a trabajadores de la Vigésima Dinastía, en el Valle de los Reyes, Luxor. Carter dirigía una excavación financiada por lord Carnarvon, cuyo verdadero nombre era George Herbert.

Respaldo del trono de Tutankamon,Museo de El Cairo
La leyenda establece que los únicos expuestos a la maldición de la momia fueron quienes ingresaron el primer día. Como la tumba de Tutankamón había sido profanada en la antigüedad —tal vez en más de una ocasión—, no corrieron riesgos las personas que sólo habían presenciado o estado en recintos del sepulcro que ya habían sido violados.

La astilla en el cerebro del faraon Tutankamon
Por lo tanto, según el mito iban a ser alcanzados por la maldición quienes franqueron por primera vez la apertura de la tercera puerta el 17 de febrero de 1923, quienes vieron levantar la tapa del sarcófago el 3 de febrero de 1926 y la del ataúd el 10 de octubre de ese año, y quienes fueron testigos del examen de la momia.

Reconstruccion de la cabeza del faraon Tutankamon
Los “amenazados” eran por lo tanto familiares y allegados a lord Carnarvon, los equipos de excavación del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, cronistas, miembros de la realeza belga, oficiales y dignatarios británicos, y expertos contratados por el gobierno egipcio.
Tras el descubrimiento, que causó sensación en el mundo, los periodistas se lanzaron en masa hacia Luxor. Con la esperanza de disuadirlos y de frenar los pedidos para acceder a la tumba, lord Carnarvon dio la exclusividad de la información al diario londinense The Times. A los demás medios no les quedó otra noticia que no fueran las rencillas entre las autoridades egipcias, y Carter y Carnarvon.
Anillos del faraon Tutankamon
En marzo de 1923, la popular escritora Marie Corelli mandó una carta a The New York Times, en la que aseguraba poseer la traducción de un texto árabe que prometía que “La muerte llega volando hasta quien entra en la tumba de un faraón”. Corelli —cuyo nombre real era Nary Mackay—, se había hecho conocida con la novelita Ziska, un relato de terror erótico, transmigración del alma y reencarnaciones desde el antiguo Egipto.
Ese funesto vaticinio circuló un poco por las notas periodísticas sobre los hallazgos en Luxor y probablemente se habría apagado casi de inmediato, de no ser por la muerte de lord Carnarvon, el 5 de abril. El financista de la expedición había quedado débil de salud y propenso a las infecciones después de haber sufrido un accidente automovilístico en 1903. Había ido a Egipto para escapar de los fríos y húmedos inviernos ingleses. En el clima tórrido de las excavaciones, la picadura de un mosquito derivó en erisipela y terminó en una septicemia y una neumonía fatales.
El mismo día en que la noticia de su muerte llegó a Inglaterra, un cronista de The Times estaba entrevistando a sir Arthur Conan Doyle. El famoso escritor, a pesar de haber creado a ese compendio de la lógica y del razonamiento que es el detective Sherlock Holmes, era un firme creyente de historias fantasmagóricas, incluyendo hechizos y aparecidos. Cuando el reportero le mencionó la carta de Corelli, Doyle le dio absoluto crédito y lo atribuyó a “elementos” creados por los antiguos sacerdotes para custodiar la tumba.
Excluidos de las primicias a las que accedía The Times, los diarios británicos se regodearon con la hipótesis de la maldición de la momia. Hasta las mascotas del noble cayeron en la operación de prensa: según los medios, sus tres perros aullaron en el momento en que moría, para caer a los pocos minutos patas para arriba o, dicho en otras palabras, estirar la pata. Y el canario de Carnarvon, dijo la prensa, sirvió de almuerzo a una cobra el día en que fue abierto el sepulcro.
En 1934, cuando Alb Lythgoe —otra de las personas “expuestas” a la maldición— fue internado por un derrame cerebral, el director de la Sección Egipcia del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, Herbert Winlock, se sintió obligado a refutar la supuesta maldición. Hizo notar que en esos doce años sólo habían muerto 6 testigos del descubrimiento. Y recordó que Carter había tomado trozos de gasa del sarcófago y muestras de aire, pero que habían resultado “totalmente estériles”

¿Y los hongos venenosos descubiertos más tarde por los científicos en el sarcófago? Lejos de venir de ultratumba, el australiano Nelson destaca que surgieron debido a deficiencias en el depósito de las momias.