9 may 09

Los sacrificios humanos han sido practicados en numerosas ocasiones por diferentes culturas. Se entendía que procuraban buena suerte y que pacificaban a los dioses , por ejemplo en el contexto de la dedicación de un edificio , la finalización de un templo o de un puente.

Una antigua leyenda china cuenta que hay millares de personas enterradas bajo la Gran Muralla de China. En Japón antiguo las leyendas hablan de Hitobashira (” pilar” humano;), en que las doncellas eran enterradas vivas en la base o cerca de algunas construcciones como rezo para asegurar los edificios contra desastres o ataques del enemigo. Para la reconsagración de la gran pirámide de Tenochtitlan en 1487, los Aztecas divulgaron que mataron a cerca de 80.400 presos en el curso de cuatro días.
Según Ross Hassig, autor de la guerra azteca, ” entre ” 10.000 y 80.400 personas fueron sacrificados en la ceremonia. El sacrificio humano puede también tener la intención de ganar el favor de los dioses en la guerra. Así, Ifigenia debía ser sacrificada por su padre Agamenon para el éxito en la guerra de Troya. Y lo fue Polyxena en los funerales de Aquiles.
El sacrificio de Ifigenia
Según la Biblia, Jepté sacrificó a su hija después de hacer un voto (Jueces 11). Otra motivación para el sacrificio humano es en un entierro, como el citado de Polyxena , ya que en algunas ocasiones en una vida futura, los difuntos se beneficiarán de las víctimas matadas en su entierro. Los Mongoles, escitas, los antguos egipcios tempranos y varios conocidos jefes mesoamericanos podrían llevar la mayor parte de su hogar, incluyendo criados y concubines, con ellos , a la tumba y gozar de ello en el futuro, como los usebtis egipcios , que son el recuerdo de los antiguos servidores sacrificados o los numerosos sirvientes que acompañaban a la reina Pu´abi de Ur.
Woolley con una de las arpas de la tumba de Ur
Las 16 tumbas reales identificadas eran totalmente distintas. Sólo dos de ellas resultaron estar intactas; las restantes, como había sucedido con las tumbas de casi todos los faraones egipcios, habían sido violadas y saqueadas en época antigua. Los primeros indicios fueron recogidos entre 1927 y 1928.
En un montón de armas de bronce, aparentemente aislado, se descubrió un maravilloso puñal con hoja de oro y mango de lapislázuli, y la vaina de oro perforado. En otra área de excavación se encontraron cinco esqueletos recostados en una única gran fosa inclinada hacia abajo. Wolley siguió excavando la fosa, que tomaba la forma de un largo corredor en pendiente.
Se encontró un estrato de esteras, y, al seguir excavando, se llegó a un grupo de diez esqueletos femeninos, alineados en dos hileras; en el fondo yacían los restos de una espléndida arpa de madera, con incrustaciones de oro, lapislázuli y concha. Wolley comprendió que la fosa pertenecía a una única y gran rampa de acceso.
Arpa de Ur
En la entrada encontró los restos de un trineo de madera descompuesto, decorado con un mosaico, adornado con cabezas de león de oro con incrustaciones de lapislázuli y de concha. El trineo había sido arrastrado por dos bueyes, cuyos esqueletos seguían todavía en su puesto; junto a éstos, los cuerpos de los palafreneros. La rampa, con su multitud silenciosa de hombres y animales muertos, conducía a una cámara subterránea de ladrillos.
Muy pronto se descubrió, para desilusión de todos, que el espacio ya había sido profanado y saqueado y que no había rastro alguno de féretro real.
Ampliando la excavación alrededor de esta cámara, Wolley entró en una segunda rampa y descubrió los cuerpos de seis soldados, armados hasta los dientes; dos carros de madera de dos ruedas, cada uno de ellos arrastrado por tres bueyes; nueve doncellas que vestían suntuosos ropajes ceremoniales; y luego más soldados y más mujeres, dispuestos en hileras regulares. Encima de las mujeres se habían dispuesto algunas preciosas arpas.
Cuando llegaron a la cámara sepulcral, los arqueólogos vieron que, una vez más, se les habían adelantado los ladrones, pero algunos restos de esqueletos y objetos preciosos mostraban que la tumba real había albergado, además del soberano, a otros muertos y un riquísimo ajuar.

El tocado está indicado para una cabeza de triple volumen de lo normal, tal vez porque la reina llevaba una gran peluca

Pero más allá de la cámara violada, Woolley encontró lo que estaba buscando, es decir, el sepulcro inviolado de la reina Pu-abi, cuyo nombre le fue revelado por un sello, evidentemente relacionado con la primera rampa y su macabro cortejo.

Casco de Meskalamdug

El cortejo fúnebre había acompañado al cuerpo hasta la cripta. Las personas sacrificadas, hasta 70 en cada rampa, eran consideradas casi como objetos, parte del ajuar funerario.

El descubrimiento de Woolley suscitó un notable desconcierto en el mundo de los expertos en inscripciones cuneiformes, ya que en las antiguas inscripciones no había rastro alguno de rituales similares.

En aquellos tiempos, la confianza en la superioridad de los textos escritos frente a los datos de excavación era mucho mayor de lo que es hoy en día.

Una de las doncellas de la reina Puabi

Los especialistas volvieron a investigar las tablillas para buscar algún indicio. En un antiguo texto conocido como “La muerte de Gilgamesh”, del que se conocían sólo unos pocos fragmentos, se encontró una descripción de una sepultura real similar a las de Ur, pero sin referencias claras a unas ceremonias tan impresionantes como las documentadas en estas tumbas.

Algunos de los delicados objetos encontrados estaban realmente en pésimas condiciones. El famoso “estandarte de Ur” era, tal vez, la caja armónica de un arpa. El marco original de madera se había descompuesto, el betún que hacía de adhesivo se había desintegrado, los paneles de los extremos se habían roto y los dos paneles principales habían sido aplastados por el peso del terreno. Por consiguiente, la restauración actual es sólo una conjetura.

Sellos de la reina Puabi

Woolley lo salvó excavándolo centímetro a centímetro y fijando paulatinamente las teselas y la tierra suelta con cera hirviendo y hules. El bloque consolidado fue levantado y colocado contra una pared de vidrio, a fin de observar en el dorso la posición de las teselas.

De este modo fue posible reconstruir exactamente el delicado mosaico, con las dos caras llamadas “de la paz” y “de la guerra”. El panel “de la paz” representa animales, pescado y otros bienes traídos la procesión a un banquete. Las figuras sentadas, vistiendo faldas de lana, beben con el acompañamiento de un músico que toca una lira.

Las escenas de banquete como esta son comunes sobre los sellos cilíndricos de este periodo, como ocurre con el sello de la Reina Pu-abi, también conservado en el Museo británico.

El panel “de la guerra” muestra una de las representaciones más tempranas de un ejército sumerio. Los carros, cada uno tirado por cuatro asnos, pisotean a enemigos; los soldados de infantería, con capas, llevan lanzas; los enemigos son muertos con hachas o alanceados y presentados al rey que sostiene una lanza.

Apareció en una esquina de una cámara, sobre el hombro de un hombre. Woolley imaginó que era una pieza para ser llevada al extremo de un poste, y de ahí el nombre de “estandarte”, pero su función original se desconoce.

La reina yacía en los restos de un féretro de madera. Sostenía en la mano una copa de oro y estaba literalmente sepultada en una masa de cuentas de oro, plata, lapislázuli y cornalina, que pendían de un collar y formaban un manto continuo; estaba adornada con alfileres de oro, amuletos en forma de peces y gacelas, cintas de plata y guirnaldas y pendientes de oro. Woolley intentó reconstruir este espléndido tocado, pero el cráneo de la reina estaba pulverizado.

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