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9 Jun 09


En principio, la denominación de Padres de la Iglesia se guardó para cuatro grandes personalidades de la Iglesia oriental, griegos, a los que se agregaron otros cuatro de la occidental o latinos:

Los cuatro grandes Padres griegos son:

- San Atanasio, el Grande

- San Basilio de Cesárea

- San Gregorio Nacianceno

- San Juan Crisóstomo

Y los cuatro latinos:

- San Ambrosio de Milán

- San Agustín de Hipona

- San Jerónimo de Estridón

- San Gregorio Magno

Pero habitualmente se conoce como Padres de la Iglesia a una serie más amplia de escritores cristianos, que va desde el siglo III hasta el siglo VIII, y que se caracterizan por la ortodoxia de su doctrina, santidad de sus vidas y el reconocimiento de la Iglesia. Su edad de oro fueron los siglos IV y V y florecieron tanto en Occidente, donde escribieron en latín, como en Oriente, donde lo hicieron en griego e incluso en siríaco, copto, armenio, georgiano y árabe.

S.Juan Crisóstomo

En sus obras se sirven de la cultura griega y latina para explicar con gran profundidad y claridad los misterios cristianos.

Padres Orientales:

San Atanasio de Alejandría

También conocidos como Padres Griegos, aunque no todos ellos escribieran en esa lengua. El más antiguo de ellos es san Atanasio (295-373), obispo de Alejandría, que tuvo un papel relevante en el primer Concilio de Nicea.

Luego destacan los «grandes Padres capadocios», título común de los hermanos Basilio de Cesárea (329-389)

Gregorio de Nisa (335-394),

así como Gregorio de Nacianzo (†389),

Gregorio de Nacianzo

quienes escribieron abundantemente contra la herejía arriana.

En la parte oriental del Imperio romano se desarrollan posteriormente dos escuelas teológicas muy importantes alrededor de los Patriarcados de Antioquia –cuyo principal representante es san Juan Crisóstomo (344-407), que fue Patriarca de Constantinopla, célebre por sus homilías,

http://es.catholic.net/catholic_db/imagenes_db/participa/juan-crisostomo.jpg

– y Alejandría –con san Cirilo (380-444), defensor de la maternidad divina de María en el Concilio de Éfeso–.

El ciclo de los Padres orientales lo cierra san Juan Damasceno (675-749), teólogo que, además de luchar contra el maniqueísmo y la superstición, anuncia casi cinco siglos antes la incorporación del Aristotelismo a la filosofía cristiana.

Padres Occidentales:

San Agustín

También conocidos como Padres Latinos o Padres de la Iglesia de Rito Latino. El primero de los grandes Padres occidentales fue san Ambrosio de Milán (333-397), persona muy influyente, bautizó al que sería el mayor padre de la Iglesia, San Agustín. San Agustín es la figura cumbre de los padres de la Iglesia, escribió entre otros, Las Confesiones que es un relato autobiográfico y De gratia et natura. Lo sigue san Jerónimo (342-420), insigne cultivador de la historia y de la Sagrada Escritura, nos dejó su célebre Vulgata, la Biblia traducida directamente del hebreo y del griego al latín.

La Iglesia de Occidente cuenta también entre sus Padres a dos Papas, a los que se les atribuye el apelativo de Magno, León I (†461) y Gregorio I (540-604) y al padre del monacato occidental san Benito de Nursia. Además varios obispos de las Galias, como Cesáreo de Arlés (470-543), formulador del Dogma de la Gracia, Gregorio de Tours o Hilario de Poitiers; el gran grupo de los Padres hispánicos, en el que destacan Osio de Córdoba, Martín de Braga y los hermanos Leandro (†600) e Isidoro de Sevilla (560-636), autor de la primera enciclopedia cristiana, las Etimologías; y, cerrando el ciclo, el inglés Beda el Venerable (673-735.

Listado de Padres de la Iglesia

Aunque una primera lista oficial de los Padres de la Iglesia fue hecha por el papa Gelasio I, a la hora de realizar un elenco de los Padres de la Iglesia, no hemos encontrado dos listas en la que coincidan todos los autores consultados. Sin embargo, la que presentamos es la que más similitudes tiene.

Padres Griegos Padres Latinos

San Andrés de Creta (†740) San Ambrosio de Milán (†397)

Afraates (siglo IV) Arnobio (†330)

San Arquelao (†282) San Agustín de Hipona (†430)

San Atanasio el Grande (†373) San Benito de Nursia (†550)

San Atanasio sinaíta (†700) San Cesáreo de Arlés (†542)

Atenágoras (siglo II) San Juan Casiano (†435)

San Basilio Magno (†379) San Celestino I (†432)

San Cesáreo de Nacianzo (†369) San Cornelio (†253)

San Clemente de Alejandría (†215) San Cipriano de Cartago (†258)

San Clemente Romano (†97) San Dámaso (†384)

San Cirilo de Alejandría (†444) San Dionisio (†268)

San Cirilo de Jerusalén (†386) San Enodio (†521)

Dídimo el Ciego (†398) San Eucherio de Lyon (†450)

Diodoro de Tarso (†392) San Fulgencio (†533)

San Dionisio el Grande (†264) San Gregorio de Elvira (†392)

San Epifanio (†403) San Gregorio Magno (†604)

Eusebio de Cessarea (†340) San Hilario de Poitiers (†367)

San Eustacio de Antioquía (†siglo IV) San Inocencio de Roma (†417)

San Firmiliano (†268) San Ireneo de Lyon (†202)

Genadio I de Constantinopla (siglo V) San Isidoro de Sevilla (†636)

San Germano (†732) San Jerónimo (†420)

San Gregorio de Nacianzo (†390) Lactancio (†323)

San Gregorio de Nisa (†395) San Leandro de Sevilla (†600)

San Gregorio Taumaturgo (†268) San León Magno (†461)

Hermas (siglo II) Mario Mercátor (†451)

San Hipólito (†236) Mario Victorino (siglo IV)

San Ignacio de Antioquía (†107) San Martín de Braga (†579)

San Isidoro de Pelusio (†450) Minucio Félix (siglo II)

San Juan Crisóstomo (†407) Novaciano (†257)

San Juan Climaco (†649) San Optato (siglo IV)

San Juan Damasceno (†749). Osio de Córdoba (†357)

San Julio I (†352) San Paciano (†390)

San Justino (†165) San Pánfilo (†309)

San Leoncio de Bizancio (siglo VI) San Paulino de Nola (†431)

San Macario (†390) San Pedro Crisólogo (†450)

San Máximo el Confesor (†662) San Febadio (†siglo IV)

San Melitón (†180) Rufino de Aquileya (†410)

San Metodio de Olimpo (†311) Salviano (siglo V)

San Nilo el Viejo (†430) San Siricio (†399)

Orígenes (†254) Tertuliano (†222)

San Policarpo (†155) San Vicente de Lerins (†450)

San Proclo (†446) Pseudo Dionisio Areopagita (siglo VI)

San Serapión (†370) San Sofronio (†638)

Taciano (siglo II) Teodoro de Mopsuestia (†428)

Teodoreto de Ciro (†458) San Teófilo de Antioquía (siglo II)

Bibliografía

- Voz Concilio I de Constantinopla en wikipedia.org.

- Orlandis, José; Historia de la Iglesia. La Iglesia Antigua y Medieval.

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19 May 09

La actual biblioteca de Alejandría de Egipto y la antigua

La actual Biblioteca de Alejandría. Una enorme biblioteca moderna y centro de investigación construido en el sitio de la antigua Biblioteca de Alejandría, destruida en el 400 d.DC, ubicada justo al este de la Corniche. Abierta todos los días, excepto el martes.

Dicen que callejear por Alejandría se asemeja a soñar con un mundo pasado que sólo se conserva en los libros. Hoy apenas quedan huellas de Alejandro Magno, Cleopatra, Justine, Aristóteles, Orígenes, Durrell o Kavafis, ni de su enigmátco Faro ­una de las Siete Maravillas de la Antigüedad­, pero la ciudad ha recuperado, al menos temporalmente, su importancia histórica a raíz de la reciente reconstrucción de su mítica Biblioteca http://www.bibalex.gov.eg e invita a curiosear http://egipto.com/news/bib_alx.html entre las estanterías de su legendaria memoria; sobre todo ahora, cuando descansa, somnolienta, de la invasión estival cariota.

La que también albergó la mayor sabiduría de todos los tiempos, su no menos famosa Biblioteca. Casi 900.000 volumenes se calcula que llegó a tener; piezas únicas que recogían los pensamientos de Arquímedes, de Sófocles, de Euclídes…

Ciencias como las Matemáticas o la Astronomía. Letras, como las contenidas en los textos de los grandes pensadores griegos. Un basto conocimiento que se perdió en el Tiempo. Hundido en el agua, quemado en un incendio, ¿quién sabe? son tantas las teorías y leyendas que se han escrito sobre ella que aún nadie ha podido confirmar…

LA BIBLIOTECA ANTIGUA

La maravilla mayor de Alejandría era su Biblioteca y su correspondiente Museo (en sentido literal, una institución dedicada a las especialidades de las Nueve Musas). De esta biblioteca legendaria lo máximo que sobrevive hoy en día es un sótano húmedo y olvidado del Serapeo, el anexo de la biblioteca, primitivamente un templo que fue reconsagrado al conocimiento.

Unos pocos estantes enmohecidos pueden ser sus únicos restos físicos. Sin embargo, este lugar fue en su época el cerebro y la gloria de la mayor ciudad del mundo conocido, el primer auténtico instituto de investigación de la historia del mundo. Los eruditos de la biblioteca estudiaban el Cosmos entero. Cosmos es una palabra griega que significa el orden del universo. Es en cierto modo lo opuesto a Caos. Presupone el carácter profundamente interrelacionado de todas las cosas. Inspira admiración ante la intrincada y sutil construcción del universo.

Había en la biblioteca una comunidad de eruditos que exploraban la física, la literatura, la medicina, la astronomía, la geografía, la filosofía, las matemáticas, la biología y la ingeniería. La ciencia y la erudición habían llegado a su edad adulta. El genio florecía en aquellas salas. La Biblioteca de Alejandría es el lugar donde los hombres reunieron por primera vez de modo serio y sistemático el conocimiento del mundo.


La Gran Sala de la antigua Biblioteca de Alejandría en Egipto. Reconstrucción basada en datos documentalesAdemás de Eratóstenes, hubo el astrónomo Hiparco, que ordenó el mapa de las constelaciones y estimó el brillo de las estrellas; Euclides, que sistematizó de modo brillante la geometría y que en cierta ocasión dijo a su rey, que luchaba con un difícil problema matemático: “no hay un camino real hacia la geometría”; Dionisio de Tracia, el hombre que definió las partes del discurso y que hizo en el estudio del lenguaje lo que Euclides hizo en la geometría; Herófilo, el fisiólogo que estableció, de modo seguro, que es el cerebro y no el corazón la sede de la inteligencia; Herón de Alejandría, inventor de cajas de engranajes y de aparatos de vapor, y autor de Autómata, la primera obra sobre robots; Apolonio de Pérgamo. el matemático que demostró las formas de las secciones cónicas (1) —elipse, parábola e hipérbola—, las curvas que como sabemos actualmente siguen en sus órbitas los planetas, los cometas y las estrellas; Arquímedes, el mayor genio mecánico hasta Leonardo de Vinci; y el astrónomo y geógrafo Tolomeo, que compiló gran parte de lo que es hoy la seudociencia de la astrología: su universo centrado en la Tierra estuvo en boga durante 1500 años, lo que nos recuerda que la capacidad intelectual no constituye una garantía contra los yerros descomunales. Y entre estos grandes hombres hubo una gran mujer, Hipatia, matemática y astrónoma, la última lumbrera de la biblioteca, cuyo martirio estuvo ligado a la destrucción de la biblioteca siete siglos después de su fundación, historia a la cual volveremos.

Los reyes macedonios de Egipto que sucedieron al Diadoco de Alejandro, Ptolomeo, tenían ideas muy serias sobre el saber. Apoyaron durante siglos la investigación y mantuvieron la biblioteca para que ofreciera un ambiente adecuado de trabajo a las mejores mentes de la época. La Biblioteca constaba de diez grandes salas de investigación, cada una dedicada a un tema distinto, había fuentes y columnatas jardines botánicos, un zoo, salas de disección, un observatorio, y una gran sala comedor donde se llevaban a cabo con toda libertad las discusiones críticas de las ideas.

El núcleo de la biblioteca era su colección de libros. Los organizadores escudriñaron todas las culturas y lenguajes del mundo. Enviaban agentes al exterior para comprar bibliotecas para sumar sus fondos a ésta. Los buques de comercio que arribaban a Alejandría eran registrados por la policía, no en busca de contrabando, sino de libros. Los rollos eran confiscados, copiados y devueltos luego a sus propietarios. Es difícil de estimar el número preciso de libros acumulados alli, pero parece probable que la Biblioteca contuviera medio millón de volúmenes, cada uno de ellos un rollo de papiro escrito a mano. ¿Qué destino tuvieron todos estos libros?

La civilización clásica que los creó acabó desintegrándose y la Biblioteca fue destruida deliberadamente. Sólo sobrevivió una pequeña parte de las obras que guardaba y unos pocos y patéticos fragmentos dispersos. Y qué tentadores son estos restos y fragmentos. Sabemos por ejemplo que en los estantes de la biblioteca había una obra del astrónomo Aristarco de Samos quien sostenía que la Tierra es uno de los planetas, que orbita el Sol como ellos, y que las estrellas están a una enorme distancia de nosotros. Cada una de estas conclusiones es totalmente correcta, pero tuvimos que esperar casi dos mil años para redescubrirlas. Si multiplicamos por cien mil nuestra sensación de privación por la pérdida de esta obra de Aristarco empezaremos a apreciar la grandeza de los logros de la civilización clásica y la tragedia de su destrucción.


Los libros perdidos de Aristarco, tal como podían estar guardados en los estantes de la Biblioteca de AlejandíaHemos superado en mucho la ciencia que el mundo antiguo conocía, pero hay lagunas irreparables en nuestros conocimientos históricos. Imaginemos los misterios que podríamos resolver sobre nuestro pasado si dispusiéramos de una tarjeta de lector para la Biblioteca de Alejandría. Sabemos que había una historia del mundo en tres volúmenes, perdida actualmente, de un sacerdote babilonio llamado Beroso. El primer volumen se ocupaba del intervalo desde la Creación hasta el Diluvio un período al cual atribuyó una duración de 432.000 años, es decir cien veces más que la cronología del Antiguo Testamento. Me pregunto cuál era su contenido. (pp. 18-20)

[...]

Sólo en un punto de la historia pasada hubo la promesa de una civilización científica brillante. Era beneficiaria del Despertar jónico, y tenía su ciudadela en la Biblioteca de Alejandría, donde hace 2.000 años las mejores mentes de la antigüedad establecieron las bases del estudio sistemático de la matemática, la física, la biología, la astronomía, la literatura, la geografía y la medicina. Todavía estamos construyendo sobre estas bases. La Biblioteca fue construida y sostenida por los Tolomeos, los reyes griegos que heredaron la porción egipcia del imperio de Alejandro Magno. Desde la época de su creación en el siglo tercero a. de C. hasta su destrucción siete siglos más tarde, fue el cerebro y el corazón del mundo antiguo.

Alejandría era la capital editorial del planeta. Como es lógico no había entonces prensas de imprimir. Los libros eran caros, cada uno se copiaba a mano. La Biblioteca era depositaria de las copias más exactas del mundo. El arte de la edición crítica se inventó allí. El Antiguo Testamento ha llegado hasta nosotros principalmente a través de las traducciones griegas hechas en la Biblioteca de Alejandría. Los Tolomeos dedicaron gran parte de su enorme riqueza a la adquisición de todos los libros griegos, y de obras de África, Persia, la India, Israel y otras partes del mundo. Tolomeo III Evergetes quiso que Atenas le dejara prestados los manuscritos originales o las copias oficiales de Estado de las grandes tragedias antiguas de Sófocles, Esquilo y Eurípides. Estos libros eran para los atenienses una especie de patrimonio cultural; algo parecido a las copias manuscritas originales y a los primeros folios de Shakespeare en Inglaterra. No estaban muy dispuestos a dejar salir de sus manos ni por un momento aquellos manuscritos. Sólo aceptaron dejar en préstamo las obras cuando Tolomeo hubo garantizado su devolución con un enorme depósito de dinero. Pero Tolomeo valoraba estos rollos más que el oro o la plata. Renunció alegremente al depósito y encerró del mejor modo que pudo los originales en la Biblioteca. Los irritados atenienses tuvieron que contentarse con las copias que Tolomeo, un poco avergonzado, no mucho, les regaló. En raras ocasiones un Estado ha apoyado con tanta avidez la búsqueda del conocimiento.

Los Tolomeos no se limitaron a recoger el conocimiento conocido, sino que animaron y financiaron la investigación científica y de este modo generaron nuevos conocimientos. Los resultados fueron asombrosos: Eratóstenes calculó con precisión el tamaño de la Tierra, la cartografió, y afirmó que se podía llegar a la India navegando hacia el oeste desde España. Hiparco anticipó que las estrellas nacen, se desplazan lentamente en el transcurso de los siglos y al final perecen; fue el primero en catalogar las posiciones y magnitudes de las estrellas y en detectar estos cambios. Euclides creó un texto de geometría del cual los hombres aprendieron durante veintitrés siglos, una obra que ayudaría a despertar el interés de la ciencia en Kepler, Newton y Einstein. Galeno escribió obras básicas sobre el arte de curar y la anatomía que dominaron la medicina hasta el Renacimiento. Hubo también, como hemos dicho, muchos más.

Alejandria era la mayor ciudad que el mundo occidental había visto jamás. Gente de todas las naciones llegaban allí para vivir, comerciar, aprender. En un día cualquiera sus puertos estaban atiborrados de mercaderes, estudiosos y turistas. Era una ciudad donde griegos, egipcios, árabes, sirios, hebreos, persas, nubios, fenicios, italianos, galos e íberos intercambiaban mercancías e ideas. Fue probablemente allí donde la palabra cosmopolita consiguió tener un sentido auténtico: ciudadano, no de una sola nación, sino del Cosmos (2). Ser un ciudadano del Cosmos…

Es evidente que allí estaban las semillas del mundo moderno. ¿Qué impidió que arraigaran y florecieran? ¿A qué se debe que Occidente se adormeciera durante mil años de tinieblas hasta que Colón y Copérnico y sus contemporáneos redescubrieron la obra hecha en Alejandría? No puedo daros una respuesta sencilla. Pero lo que sí sé es que no hay noticia en toda la historia de la Biblioteca de que alguno de los ilustres científicos y estudiosos llegara nunca a desafiar seriamente los supuestos políticos, económicos y religiosos de su sociedad. Se puso en duda la permanencia de las estrellas, no la justicia de la esclavitud. La ciencia y la cultura en general estaban reservadas para unos cuantos privilegiados. La vasta población de la ciudad no tenía la menor idea de los grandes descubrimientos que tenían lugar dentro de la Biblioteca. Los nuevos descubrimientos no fueron explicados ni popularizados. La investigación les benefició poco. Los descubrimientos en mecánica y en la tecnología del vapor se aplicaron principalmente a perfeccionar las armas, a estimular la superstición, a divertir a los reyes. Los científicos nunca captaron el potencial de las máquinas para liberar a la gente (3). Los grandes logros intelectuales de la antigüedad tuvieron pocas aplicaciones prácticas inmediatas. La ciencia no fascinó nunca la imaginación de la multitud. No hubo contrapeso al estancamiento, al pesimismo, a la entrega más abyecta al misticismo. Cuando al final de todo, la chusma se presentó para quemar la Biblioteca no había nadie capaz de detenerla.


Notas

1. Llamadas así porque pueden obtenerse cortando un cono en diferentes ángulos. Dieciocho siglos mas tarde Johannes Kepler utilizaría los escritos de Apolonio sobre las secciones cónicas para comprender por primera vez el movimiento de los planetas.

2. La palabra cosmopolita fue inventada por Diógenes, el filósofo racionalista y crítico de Platón.

3. Con la única excepción de Arquímedes, quien durante su estancia en la Biblioteca alejandrina inventó el tornillo de agua, que se usa todavía hoy en Egipto para regar los campos de cultivo. Pero también él considero estos aparatos mecánicos como algo muy por debajo de la dignidad de la ciencia.

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