Año con año, la tradicional ceremonia atrae a miles de visitantes en este municipio de La Montaña baja
En Zitlala, tigres ofrendan su sangre a cambio de lluvia y cosecha
LENIN OCAMPPO
ZITLALA, 5 de MAYO. La casa de don Donaciano Balchicin Melchor, de 76 años está llena de hombres-tigre que danzan al ritmo de la música de viento y con el sabor del mezcal, mientras se preparan para el ritual de petición de lluvias en este municipio, acto que da comienzo al nuevo ciclo agrícola en La Montaña baja.
Los hombres, en su mayoría con vestimenta militar y cubiertos de sus caras con máscaras de tigre –nombre que le dan al jaguar en esta zona– en piel y con un peso de por lo menos tres kilos, gritan y bailan antes de partir a la plaza central donde ya los espera un coliseo improvisado y la mirada de al menos dos mil personas que presenciarán un ritual violento pero que les dejará mucha cosecha y agua para todo el año.
Don Donaciono, el tigre mayor del barrio de Cabecera, ha peleado 58 años, año con año, sin que “haya faltado a algún juego; porque es un juego, no es una pelea”, según platica mientras le ayudan a enrollarse una reata por la cintura, que es para protegerse los riñones de los golpes del contrario.
Le dicen tigre mayor por ser quien más peleas tiene en el barrio. Don Donaciano es visto con respeto por los hombres-tigre que esta tarde lo acompañarán a enfrentarse nuevamente con el adverso barrio de San Mateo.
Son las tres de la tarde del sábado. Los combatientes se disponen a salir a la plaza no sin antes preparar su única arma que llevan en mano: una gruesa reata trenzada y mojada con mezcal para que “endurezca y así el fregadazo sea más duro”, dice uno de los tigres.
Caminan por las calles de Zitlala, municipio náhuatl que se localiza en la región Centro del Estado, cuyo nombre proviene del vocablo citlalan: “lugar de estrellas”.
Durante el trayecto hacen parada en otra casa, donde los espera el humo del copal y un altar con imágenes del Niño Jesús, a quien le hacen reverencia y ante quien se persignan para dar gracias y pedir que en la lucha de este año resulten victoriosos.
La lucha de los tigres o atzatzilistli es una celebración pagano-católica que viene desde tiempos de “mexicanos (como se autollaman los nahuas) antes de la llegada de los españoles”, cuenta don Donaciano, que camina despacio rumbo a la plaza, acompañado de su gente y de la música de viento que no deja de tocar y no dejará de hacerlo en las próximas cuatro horas que durará el combate por la lluvia.
Son las cinco de la tarde; los tigres del barrio de Cabecera están listos, sólo falta esperar la llegada de San Mateo para dar comienzo al nuevo ciclo agrícola y culminar el ofrecimiento de dolor e ira que ofrendan a los dioses.
En la plaza hay por lo menos dos mil espectadores, no sólo de la comunidad, también vienen estudiantes de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), la Universidad de Chapingo, familias de Chilpancingo y uno que otro extranjero. Todos admirados observan y toman la foto del recuerdo, de una tradición que difícilmente desaparecerá de estas tierras indígenas, pero que corre el peligro de convertirse en una fiesta comercializada.
Del otro lado de la plaza se oye otra banda de viento. “Ya vienen, son los de San Mateo”, grita un niño que corre y avisa a los de Cabecera, que a modo de respuesta gritan y toman mezcal como desafiando el dolor que en unos minutos sentirán de los golpes que puedan recibir.
La gente se arremolina, los de San Mateo llegan y sin ton ni son empieza la primera pelea. Uno a uno, con la gruesa reata se golpean en todo el cuerpo, brotan los primeros hinchazones y con ello la sangre que ofrendan a la Madre Tierra.
Es el precio que le dan a la tierra para que en una de las zonas más fértiles del estado no falten agua, frijol, jitomate y maíz.
www.lajornadaguerrero.com.mx/2007/05/07/index.php
http://www.lugaresdemexico.com/zitlala.html
Los tigres Olmecas siguen haciendo llover:
Las fiestas de la Santa Cruz en Zitlala.
(Estado de Guerrero)
Jeguete en el mercado de Ziplala
Empieza entonces en Guerrero el ciclo de ceremonias agrícolas que concluirá en septiembre con las primeras cosechas. El 25 de abril, día de San Marcos, los Guerrerenses suben a los cerros para pedir lluvia, buenas cosechas y protección contra el granizo. En la región de Tlapa, van a depositar ofrendas a los San Marquitos, unos ídolos de piedra prehispánicos, mientras que en la región de Chilapa, veneran unas cruces. Según Marcos Matías Alonso, más que símbolo cristiano, la cruz en Guerrero es “una cruz de agua, […] es la representación agraria del árbol de la vida, […] es el símbolo de los cuatro puntos cardinales y de los cuatro elementos de la Madre Tierra”. En Zitlala, pequeño pueblo a unos kilómetros de Chilapa, el día de la San Marcos es solamente el preludio a las ceremonias de petición de lluvia -o Atzatziliztztli- y a las peleas de Tigres o Tecuanes (el jaguar Olmeca) cuyas fechas coinciden con las fiestas católicas de la Santa Cruz.
Zitlala, del náhuatl citlalan, lugar de estrellas, fue fundado como República de Indios poco después de la llegada de los españoles quienes obligaron los Coixcas, antiguos habitantes náhuas de la región, a congregarse en pueblos. Debido quizás a su aislamiento -la carretera de enlace con Chilapa es relativamente reciente- Zitlala es uno de los pueblos de la Montaña Baja que mejor ha conservado su idioma y sus tradiciones. A su vez, el ciclo de fiestas que congrega toda la comunidad fortalece su identidad cultural y sus raíces.
El pueblo actual se extiende en las laderas de tres cerros. En la cumbre de uno de ellos, los agustinos construyeron en el siglo XVI el templo de San Nicolás Tolentino, un edificio imponente que domina el valle del río Atentli. El pueblo está dividido en tres barrios, cada uno con su templo: la Cabecera con el templo agustino, San Mateo y San Francisco.
En la noche del 30 de abril, unos hombres, que cumplen “manda”, ascienden una montaña al norte del pueblo, el Cruzco, hasta un altar techado albergando tres cruces -una para cada barrio- que ha sido edificado sobre un antiguo adoratorio prehispánico. Antes del amanecer, bajan cargando con las cruces y las depositan frente a la “ermita del río”: la cruz del barrio de la Cabecera en el centro, la de San Mateo a su derecha y la de San Francisco a su izquierda. Una cruz más pequeña, a la izquierda de la Cruz de San Francisco, representa las demás comunidades. Allí, los “pasados” (toda persona que desempeña un cargo en la comunidad) “visten” las cruces de varias capas de “tlaquentis”, paños blancos bordados de motivos religiosos.
La gente que va llegando poco a poco hace ofrendas a la cruz de su barrio: gladiolos blancos y rojos, monedas, otros “tlaquentis”, velas que se encienden en el “quemadero” al pie de las cruces, copal, semillas, cadenas de flores de cempasúchil y panes decorados de varios tamaños, algunos muy grandes. Los “pasados” colocan las ofrendas en horquetas encima de las cruces, transformándolas poco a poco en bellísimos árboles floridos, símbolos de abundancia. De vez en cuando, una cruz parece cobrar vida: una gallina, colgada del travesaño por las patas, invisible bajo varias capas de tela, protesta y mueve las alas. La misa, celebrada en medio del espeso humo del copal, no interrumpe el ritual.
Al final de la mañana, la procesión sube hacia el templo de San Nicolás. Las cruces, llevadas en palanquines por mujeres vestidas del traje tradicional de acateca -una blusa blanca y una falda bordada con motivos de animales-. Se paran en cada esquina para que la gente pueda hacerles sus ofrendas. Las portadoras son recibidas en el atrio con bailes y entran con su música al templo, donde las cruces serán veladas hasta el día siguiente. Afuera siguen los bailes. El más importante es el baile de los tlacololeros (el tlacolol es el terreno de las laderas de los cerros): vestidos de costales de yute, llevando mascaras de madera y enormes sombreros de palma, bailan haciendo chasquear un látigo, como para espantar los animales que vienen a robar las cosechas.
2 de mayo. Antes del amanecer, hombres, mujeres, niños, ancianos, algunos sin zapatos, llevando flores y velas, se encaminan hacia el Cruzco para acompañar el regreso de las cruces. Empujan unos burros cargados de gallinas o guajolotes en jaulas de ramas, enormes ollas de fondo ennegrecido y toda clase de cajas con los ingredientes necesarios para preparar la comida que será regalada a la comunidad. Emprenden con determinación la ascensión, todavía en la oscuridad. Cuando el sol aparece, descubre una hilera de gente subiendo un cerro en fuerte pendiente: más de 1200 metros de desnivel entre el río y el adoratorio. Cada uno sube a su ritmo, atento al ruido de los cascos de los burros que empujan sin piedad los peregrinos hacia los cactus. Las caras, sonrientes a pesar del esfuerzo, expresan fe y satisfacción de cumplir con la tradición.
Después de tres horas de subida, los cohetes se oyen más cercanos y se llega a una explanada donde, bajo unas enramadas, las mujeres se activan preparando comida. Frente al altar, el “quemadero” deja escapar riachuelos de cera. Al borde del precipicio, un tronco de árbol ha sido “adornado” con flores y vísceras de pollos para atraer los zopilotes, símbolos del viento que trae la lluvia.
Los días 3 y 4 se alistan los “tigres” que van a participar en las peleas rituales, terminando o restaurando las máscaras. Las más vistosas son las del barrio de la Cabecera, hechas de varias capas de grueso cuero cosidas para formar un yelmo que cubre enteramente la cabeza. Tienen ojos de espejo (el “tigre” ve por la boca, una enorme boca roja llena de dientes) púas de jabalí y están pintadas de amarillo con rayas y pintas negras. Son pesadas -varios kilos- muy poco realistas y realmente impresionantes.
Las peleas de tigres.
El día 5 de mayo en la tarde, los tigres se reúnen en la cancha, frente a la presidencia municipal: los de la Cabecera y de San Mateo llegan primero y después sus adversarios: los de San Francisco y sus aliados, los de las comunidades vecinas. Llevan puesta su máscara (tigre o perros), pero no la vestimenta tradicional de tigre, sino varias capas de ropa moderna, que amortiguan los golpes. Esgrimen una reata que termina con un nudo pesado en una extremidad; la otra extremidad está enrollada alrededor de la cintura para proteger los riñones. Se dispersan en medio de la multitud que ha invadido ahora la cancha. Hay gente subida en el kiosco, en los árboles, en el balcón de la presidencia municipal y hasta en el portal del atrio. Se ponen de acuerdo los árbitros -en general se escoge adversarios de misma estatura y peso- los tigres se lanzan un reto y, de repente, en medio de los espectadores que se apresuran a abrirles espacio, empieza la primera pelea. Se atacan a golpes fuertes y secos (las reatas ha sido mojadas con mezcal para endurecerlas). La pelea dura apenas uno o dos minutos. Uno de los tigres cae, los árbitros paran en seguida el combate, el tigre vencido se retira ayudado por la gente de su barrio. Mientras tanto, otros círculos se han formado a unos pocos metros y otras peleas han empezado. Van a sucederse durante dos horas.
A medida que la tensión aumenta, estallan pleitos entre los familiares y los árbitros, unos tigres se desmayan, una cámara imprudente recibe un golpe mortal. Hay más peleadores que máscaras, unas máscaras pelean varias veces. Cuando el último tigre ha peleado, la tensión baja de repente y los espectadores se dispersan rápidamente. Se ofrece una cena a todos los tigres, vencedores y vencidos, que se han ganado, juntos con sus familias, el respeto de la comunidad. Se dice que los contrincantes no guardan rencor ni buscan venganza.
Llovió en Zitlala.
Cómo llegar a Zitlala:
- En automóvil particular: La carretera, pasando por Chilpancingo y Chilapa, se encuentra totalmente asfaltada.
- En transporte público: Del mercado de abastos en Chilpancingo (dos cuadras hacia arriba y una a la derecha desde la terminal de autobuses de México), se toma una combi a Chilapa (una hora). En Chilapa, frente a la Glorieta Eucaria Apreza, salen los combis para Zitlala (15 minutos).
Dónde comer y dormir:
No hay hoteles en Zitlala. En Chilapa, el hotel Las Brisas se encuentra en la Glorieta Eucaria Apreza, frente a la parada de los combis para Zitlala. Tel: 01 (756) 475-0769.
En Zitlala existen pequeños comedores como la “Casa de madera” en el costado del templo.
En Chilapa, se ofrece una buena comida tradicional en Casa Pilla, Av. Revolución, frente a la Plaza de Armas.
Bibliografía:
- Nahuas de la Montaña. CDI. 2007
- Ídolos en los altares, La religiosidad indígena en la montaña de Guerrero. Samuel Villela Flores. Arqueología mexicana. Nº 82
- Las fiestas religiosas de la Santa Cruz en Zitlala. Eliseo Tecruceños Palacios. Tesis ENAH.
- La fiesta de la Santa Cruz de Zitlala. Fernando Orozco Gómez. Tesis ENAH.
- Introducción de rituales agrícolas y otras costumbres guerrerenses (siglo XVI-XX). Marcos Matías Alonso. Casa Chata y CIESAS.
Referencias:
Zitlala - Lugar de las Estrellas.
Municipio de Zitlala.
Enciclopedia de los Municipios de México - Zitlala.
Secretaria de Turismo de Guerrero.
Texto Anne Bonnefoy
Fotografía Anne Bonnefoy
Todos los Derechos Reservados © 2008-2010
Filed under: ACTUALIDAD,ARTÍCULOS,Costumbres,Curiosidades,General,Hispanoamerica,Magia y ritos antiguos y actuales,MITOLOGÍA,OPINIONES,Supersticiones-creencias
Trackback Uri
Antes que nada un saludo muy fuerte para todas las personas que sigue esta pagina yo soy de Zitlala, como dice la pagina es verdad, el pueblo tiene muchas tradiciones visite les va gustar gracias a todos, un saludo para la familia Valerio.
Hola a todos los lectores. Anoche en canal 22 ví un programa de las costumbres pagano-religiosas de la población de Zitlala. Quedé impresionada por la manera tal fiel con que nuestros indígenes guerrerenses guardan sus costumbres, espero que éstas sean conservadas para las futuras generaciones, pues son la continuidad de nuestra cultura, que sin bien fue mezclada con la religión traída por los españoles, no deja de reflejar nuestra idiosincracia.