26 nov 11

En recuerdo de Howard Carter, el descubridor de la tumba de Tutankamon

No se sabe quién fue en realidad Howard Carter, un personaje ambicioso y desconcertante, calificado por muchos de arribista, perseverante y sensible, enterrado en Londres.

La autora en la tumba de Howard Carter en Putney Vale

Carter tenía facetas inquietantemente oscuras, al que se debe uno de los hallazgos arqueológicos más bellos de la historia: La tumba del faraón Tutankamón, un joven rey de la Dinastía XVIII egipcia. La abrió tal dia como hoy, un 26 de noviembre. Dibujo de Howard Carter. Este famoso egiptólogo , aficionado para muchos colegas, como aún sigue habiendo muchos, falleció en Londres. Y allí está enterrado. La tumba de Howard Carter está situada en un pequeño y solitario camposanto de Putney Vale, al sureste de Londres, en Wimbledon, en el que sorprenden al visitante tímidas ardillas y negros mirlos que pasean entre las tumbas como si en ellos se hubiesen encarnado las almas de los difuntos allí enterrados. -en la que no hay oro, ni estatuas, ni momias de faraones- es pequeña y discreta, para muchos indigna de un arqueólogo de su categoría. Apenas una lápida negra y dos metros de tierra inglesa, en la que han germinado hierba y adornan algunos humildes lirios. No es difícil encontrarla: se encuentra en la sección 12, cerca del paseo central del cementerio, en la parcela 12, al lado de la de la joven Lucy, hija única de Isaac T. Nicholson, mayor del 23º regimiento de infantería nativa de Bombay. Detalle de un relieve en la tumba real de Amarna copiado por Howard Carter y publicado en The Daily Graphic.


Una intensa y bella frase figura escrita en la lápida de Howard Carter: “Pueda tu espíritu vivir, existir durante millones de años, tú que amas Tebas, sentado con la cara al viento del norte, los ojos llenos de felicidad”. Es la inscripción de la bellísima copa de alabastro de Tutankamón, verdadero grial egipcio, símbolo de vida eterna. Text Box: A more poetic interpretation of the hieroglyphs gives the following interpretation…  An inscription carved within a rectangular outline gives the throne and personal names of the king and also refers to him as:   "Beloved of Amon, Lord of the Thrones of the Two Lands, and Lord of Heaven."  The hieroglyphs along the rim are divided into two parts: one, giving the titulary of the king, begins with the falcon and reads left to right. The other inscription records an eloquent wish for long life:   "May your ka (essential nature of an individual) live; May you spend millions of years, Oh, you who love Thebes, sitting with your face toward the north wind and your eyes beholding happiness".   This request led Carter to designate the piece as the "Wishing Cup". The message is carried further, however, extending even to the decoration of the handles.   On either side an open flower is flanked by two buds. Atop the central element of each is the god of eternity, Heh, who also signified the number "one million". In each hand, he grasps the notched palm branch, the hieroglyph for "year" that rests on the tadpole ("one hundred thousand") and the sign for "infinity". Carved and filled with pigment, the hieroglyph ankh ("life"), is held in the god's hands, and the composition symbolizes life eternal.  http://www.nilemuse.com/hieroglyphs/wishingcup.html http://www.griffith.ox.ac.uk/gri/4ann.html http://www.griffith.ox.ac.uk/gri/carter/014-c014-3.html http://www.griffith.ox.ac.uk/gri/carter/250-299.html#256a http://www.griffith.ox.ac.uk/tutankhamundiscovery.html Hay algunas pequeñas y misteriosas ofrendas en la tumba: unas flores secas y un angelito de escayola. Nacido en Kensington, hijo de un artista especializado en pintar animales que retrataba las mascotas de los ricos, Carter, el menor de 11 hermanos, heredó el talento natural de su padre para el dibujo, lo que le fue muy útil en su carrera de arqueólogo y egiptólogo, un campo en el que fue siempre visto por muchos de sus colegas como un aficionado, pues no tenía estudios académicos (de hecho su educación fue muy superficial). Nunca supo expresar sus sentimientos íntimos, excepto en algunas de sus reflexiones sobre Tutankamón. “Es asombroso lo poco que se conoce de su vida privada”, escribe su biógrafo, T. G. H. James, al final de las 400 páginas de la espléndida Howard Carter. The path to Tutankhamun (Kegan, 1992). En eso no es distinto Carter del joven rey. Carter limpiando uno de los sarcófagos de Tutankhamón. No se casó ni tuvo hijos. James recalca la dificultad de que tuviera auténticas amistades un hombre caracterizado por una “irascible timidez”, complejo y “pomposo”. Un arrebato de mal genio fue la causa de su caída en desgracia en 1905 tras un altercado con turistas franceses, con los que llegó a las manos en Saqqara, episodio que le costó el cese como inspector jefe de antigüedades y tener que malvivir varios años humillantes como guía, artista y catalogador de objetos faraónicos.

A los pies de la tumba está escrita otra frase : ¡”Oh noche, extiende tus alas sobre mi como las estrellas inmortales” Parecida a la que se escribió en uno de los sarcófagos de Hatshepsut, en la que la reina pedia a la diosa Nut que la protegiese e hiciese inmortal entre las estrellas.

A los pies está escrita otra frase :

¡”Oh noche, extiende tus alas sobre mi como las estrellas inmortales”

Parecida a la que se escribió en uno de los sarcófagos de Hatshepsut, en la que la reina pedia a la diosa Nut que la protegiese e hiciese inmortal entre las estrellas.

A lo largo de su vida, Carter fue siempre un solitario. No se le conoce ninguna relación sentimental. En su canónico Tutankamón, la historia jamás contada (Planeta, 2007), en el que revela que Carter mintió en su relato oficial del descubrimiento de la tumba, Thomas Hoving describe a Carter como “abnegado, enérgico, obsesionado con el método, conducido por la ambición (…) impetuoso, testarudo, insensible, poco diplomático, falso y mendaz a veces”. Dice que Carter “socavó sus logros y se torturó a sí mismo y a los demás durante toda su vida”. Después de terminar su trabajo en la tumba de Tutankamón, en 1932, Carter dijo que pretendía hallar la de Alejandro Magno, y sugirió que sabía dónde estaba, pero que se guardaba el secreto. Murió a los 64 años, a causa de un cáncer linfático. Tras su muerte, varios objetos de la tumba de Tutankamón en su poder, y que no figuraban en el inventario de la excavación, llegaron discretamente (para evitar el escándalo) al Museo Egipcio de El Cairo. Otro episodio oscuro de Carter fue su papel como agente de Inteligencia durante la I Guerra Mundial. Se le achaca haber participado, émulo de Lawrence de Arabia, en la polémica voladura de la base del Instituto Arqueológico Alemán en Qurna. Sólo unas cuantas personas acudieron a su austero entierro en 1939, digno colofón de una vida de oscuro éxito. La leyenda ha querido que entre ellas se contaran tres mujeres veladas y llorosas, lo que ha dado pie a imaginarle secretos y románticos idilios (lo han hecho en sendas novelas Philipp Vandenberg y Christian Jacq). Parece que su supuesta amante francesa es puro bulo. En el entierro, sin embargo, estaba lady Evelyn Herbert Beauchamp, hija de lord Carnarvon y compañera de aventuras egiptológicas de su padre y Carter. Es posible que la joven se enamorara del maduro arqueólogo, pero parece que Carter nunca olvidó su lugar y lo imposible que hubiera sido una relación con ella. Es probable que además no le interesara en absoluto. Nunca se conocerán las inclinaciones sexuales de Howard Carter, ni qué afectos calentaban su secreto corazón conquistado por Egipto. Pero en esta tarde en Putney Vale, cuando el tibio sol se pone justo trás la tumba del descubridor de la tumba de Tutankamón, uno no puede sino musitar una oración de agradecimiento por su eterno descanso, agradeciendo las maravillas que nos reveló. “Las sombras se mueven, pero la oscuridad no se desvanece”, escribió Howard Carter de la tumba del joven Tutankamón. Podría haber dicho lo mismo de él. Fue un solitario apasionado por su trabajo y como tal murió. Nunca se sabrá si amo a algo más que la egiptología.

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