30 Abr 11

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Catalina Parr (1512-1548 ) , última esposa de Enrique VIII de Inglaterra

Tras la anulación y decapitación de esposa Catalina Howard , Enrique VIII deseó casarse nuevamente. Y lo hizo con una bella treinteañera, dos veces viuda, que sería su tercera esposa llamada Catalina, pues se llamaba Catalina Parr ( Westmorlande, 1512-Sudeley Castle, 1548 ).

Catalina Parr era hija de una dama de honor de la primera Catalina de Inglaterra, infanta de Aragón y Castilla (a la que debía su nombre). Además, resultó ser la mejor de las esposas, quizá porque el monarca ya no tenía sus bríos juveniles y necesitaba más una enfermera una amante. En este sentido, a fin de buscar la atención del rey, Catalina utilizó su experiencia en atender ancianos. Este conocimiento lo obtuvo de sus anteriores matrimonios que le habían impuesto, dejándola viuda en plena juventud. Ella le cuidó en su vejez, soportó sus achaques y fue su paciente enfermera.

Además, logró reconciliar a su esposo con sus hijas, tras más de diez años de distanciamiento con ellas. A su vez, consiguió que reconociera como legítimas a Isabel y María –hasta entonces consideradas bastardas por los problemas con sus respectivas madres–.

Catalina se convirtió en una verdadera madre para Isabel , hija de Ana Bolena y el príncipe Eduardo. El reconocimiento de legitimidad colocaba a María e Isabel como herederas respectivamente del trono tras el príncipe Eduardo.

La amistad de María y Catalina Parr se había forjado antes del casamiento con el rey, su padre. A causa de esta temprana amistad, María no sólo aprobó este casamiento ( como había desaprobado el anterior con Catalina Howard) sino que acompañó a los novios en una gira por el sur de Inglaterra. En la boda, fue una de las damas de honor y participó en los festejos y luego compañera inseparable de la nueva reina.

Catalina Parr

Incluso esta amistad podía considerarse extraña por las diferentes creencias religiosas –cruciales en este periodo– que ambas profesaban: Catalina era calvinista y María, católica. Sin embargo, la estima que ambas se tenían superaba ampliamente cualquier diferencia y habían hecho una especie de pacto de que sus respectivas religiones no las separarían y se atendrían a los gustos en común.
Catalina hizo aumentar la antes exigua renta de la princesa María y le proporcionó todo tipo de regalos, sobre todo joyas y ropas suntuosas, que eran las predilectas de la joven princesa, hija de la reina Catalina, hija de los Reyes Católicos.

En cambio, su hermana Isabel y su hermano el joven Eduardo, eran luteranos y sus rígidos principios les hacían desdeñar el lujo. Juzgaban pecado el comportamiento de las dos amigas, que amaban asistir a fiestas y a bailes a los que ella rehusaba asistir, considerándolos ‘orgías”. Esta concepción se refleja en la carta que Eduardo, que por entonces tenía ocho años, le escribió a la reina Catalina diciendo que él tendría que proteger a su hermana María, que por causa de esas fiestas, las suntuosas vestimentas y joyas “se estaba dejando de comportar como una buena cristiana”.

Para los luteranos este tipo de conducta se concebía como licenciosa o apartada de lo tolerable. Quizá Isabel exageraba su luteranismo, por sentirse relegada en la consideración cortesana, pues mientras a María la llamaban princesa, a ella sólo la denominaban Lady (quizá por el recuerdo de que su madre. Ana Bolena) había sido juzgada como una prostituta).

Hacia fines de 1546 el estado de salud del Rey Enrique VIII empeoraba, a pesar de los cuidados de su esposa, en enero de 1547 falleció.

Se dice que María le acompañó en su agonía y que antes del suspiro final, su padre le había llegado a decir que moría triste por no haberla casado y le había pedido que protegiera al pequeño Eduardo de las amenazas del Vaticano, algo a todas luces improbable, ya que Enrique conocía las firmes convicciones católicas de su hija y, en caso de solicitar tal cosa, lo hubiera hecho a su esposa Catalina, que era luterana.

Por cierto, que esta reina escapó a un juicio de herejía debido a sus simpatías por el luteranismo, declarando que en materia religiosa no tenía más opinión que la de su esposo.

De esta manera, Catalina Parr fue en la única reina que sobrevivió a los caprichos del rey Enrique VIII. Y tras su muerte, sifilítico, ella ya libre y tres veces viuda, no tardó en casarse con Eduardo Seymour, tío del rey Eduardo, nuevo monarca que había sido entronizado a la temprana edad de los nueve años.

Así, con esta escena de paz y concordia, cuidado al fin por una cariñosa esposa, terminó la tempestuosa existencia de Enrique VIII.

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