Las torres inclinadas de Bolonia(Italia), Garisenda y Asinelli.
sirven de incomparable marco a lo que sigue.
Acabo de leer una reflexión sobre lo que significa la transformación de la Universidad española, así como de la europea en general, en la línea de imitar a los Estados Unidos de Norteamérica. La misma ha sido realizada por Jaime Nubiola, Profesor Agregado de Filosofía, que fue Vicerrector de Extensión Universitaria y Relaciones Internacionales de la Universidad de Navarra (2004-2007), el cual declara su conformidad con la reforma, lo que quita a su exposición cualquier sospecha de animosidad.
Copio unos fragmentos en los que se señala con claridad que con el Grado se trata de bajar los niveles ahora existentes en la Licenciatura, para ponerla al nivel de un Bachillerato, y elevar el nivel de los que realicen un Master y sobre todo un Doctorado:
“Nos encontramos en estos momentos en toda Europa, y en particular en España, en medio de la reforma educativa que bajo el emblemático nombre de Bolonia pretende crear un espacio común europeo de educación superior, a la vez que nuestras universidades intentan aproximarse al modelo norteamericano“.
“Personalmente, estoy del todo de acuerdo en esa reforma, pero pienso que hasta ahora se han ocultado sus consecuencias últimas. La reforma de las licenciaturas para ajustarlas al esquema de Bolonia significa la disminución total del número de horas de clase en el grado y, por consiguiente, la disminución del profesorado, de su cualificación académica y de su retribución global. Nadie se atreve a decir esto, pero -al menos tal como veo yo las cosas- de lo que se trata es de igualar por abajo las enseñanzas de grado de las universidades europeas de forma que lleguen a tener unos contenidos y un nivel similar -realmente bajo- a los estudios norteamericanos conducentes al grado“.
“Puede afirmarse que en los Estados Unidos los estudios de grado son muy inferiores en calidad y exigencia a sus equivalentes españoles de licenciatura, mientras que los graduate studies norteamericanos son sensiblemente superiores en calidad y exigencia a nuestros postgrados“.
“El grado proporciona una formación básica relativamente común y general a buena parte de los ciudadanos (piénsese que un 50% de los norteamericanos llega a la universidad), pero una vez obtenido el grado son sólo unos pocos los que van a especializarse adquiriendo una profesión universitaria, realizando unos caros y exclusivos estudios de postgrado. En su mayor parte quienes han obtenido el grado trabajarán después como dependientes de unos grandes almacenes o de un banco, o en tareas que no requieren una capacitación más sofisticada que los cursos de especialización o perfeccionamiento que organizan las propias empresas o las entidades educativas dedicadas a las enseñanzas profesionales aplicadas”.
“Mientras no se entienda que lo importante de la universidad norteamericana no son los años de college, sino los estudios de postgrado no se estará en condiciones de imitar el modelo norteamericano. Las dificultades para cambiar el modelo continental napoleónico que pone el énfasis en la licenciatura por el modelo angloamericano son muy grandes. Las universidades como instituciones multiseculares tienen una enorme inercia, más aún cuando son entidades públicas tuteladas o administradas por el Estado. En este caso, sólo es posible la revolución desde arriba a golpe de real decreto por parte de los sucesivos equipos ministeriales que tratan de conjugar la reforma europea con las oportunidades políticas y económicas nacionales. Esto es lo que se ha venido haciendo en estos últimos años en nuestro país“.
“Piénsese que de las 4.400 universidades que hay en los Estados Unidos sólo dos centenares alcanzan ese rango, que depende sobre todo del número y diversidad de las tesis doctorales y de los recursos económicos que cada universidad logra para financiar la investigación”.
“No está lejos el momento en el que nos encontraremos en España con unas pocas -muy pocas- superuniversidades, equiparables a esas excelentes universidades norteamericanas, mientras que la mayoría se asemejarán más bien a las universidades estatales de aquel país que tienen una importantísima función docente en el nivel de los estudios de grado, pero que -con honrosas excepciones en algunos centros en particular- son del todo irrelevantes para el desarrollo científico internacional“.
Tras esta sinceridad del autor queda claro el sentido general de nuestro sistema educativo. Recuérdese que la LOGSE, Ley Orgánica General del Sistema Educativo, de 3 de octubre de 1990 (publicada en el BOE de 4 de Octubre) fue una ley educativa española, promulgada por el gobierno socialista (y mantenida por los del Partido Popular) y sustituyó a la Ley General de Educación de 1970 (posteriormente derogada por la Ley Orgánica de Educación (LOE), en el año 2006, que la perfeccionó). Por aquellos años 90’ se puso de moda decir que la Universidad era una enorme y costosa fábrica de parados. Y era cierto que dicha institución había dejado de formar solo a élites para suministrar mano de obra a sectores productivos que en principio no hubiesen exigido tan elevada formación, pero no lo era que los universitarios fuesen los que se quedasen parados, sino que desplazaban a personas con menor grado formativo al tiempo que tenían mayor espíritu crítico, cosa que no interesaba demasiado a la patronal, como se apreciaba en el hecho de que, por ejemplo en los grandes almacenes, se prefiriese a los no titulados cuando no era absolutamente necesario que tuviesen dicho requisito formativo.
No extraña pues que el nuevo sistema educativo buscase enseñar a las masas trabajadoras sólo aquello que fuese necesario para la vida que habían de vivir, dejando de lado todas esas inutilidades (sobre todo humanísticas) que de poco le iban a servir en la misma. Después de todo se cumplía con esa función ideal propuesta por Jean Jacques Rousseau, quien en su Contrato social defendía que hay que obligar a la gente a ser libre, entendiendo la libertad como la que se observaba en el buen salvaje. Y un salvaje sólo necesita una cultura (una represión formativa) mínima.
Como expone Jaime Nubiola, se trata de imitar el modelo americano, tal como quedó fijado en la era de Ronald W. Reagan, cuadragésimo Presidente de los Estados Unidos (1981-1989), que está entre los primeros presidentes en el ranking de aprobación de sus gobiernos. Coetáneo en Europa del mismo fue Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido en 1979, un cargo que ejerció hasta 1990, año de aprobación de la LOGSE, después de llevar a cabo una labor radical de las reformas del mercado, con leyes que debilitaban uniones sindicales y promovían la desregulación de los mercados financieros, al tiempo que pujaba por el incremento de la competitividad en telecomunicaciones y otras utilidades públicas, mientras desmantelaba el estado de bienestar. El declive de las clases medias, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos, no ha hecho sino acentuarse desde entonces. Y no es necesario recordar a dónde nos ha llevado en la actualidad esa política, seguida con fervor por todos los gobernantes liberales, tanto de derechas como de izquierdas.
Recomiendo vivamente leer en su integridad el texto completo (no es muy extenso) de Jaime Nubiola, dada su claridad expositiva, con objeto de que las frases anteriores no resulten descontextualizas. Puede accederse a él a través de http://www.unav.es/noticias/opinion/op1208.html.
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