6 Jul 11

Índice de la novela El Sol Negro.La venganza de Nefertiti.

Un relato policíaco ambientado en el Antiguo Egipto de la XVIII Dinastía.

Límite de la Estela S

Estela S de Akhet-Atón.

Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . 9

CAPÍTULO I. Huyendo de la ciudad maldita . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . 17

CAPÍTULO II. El intruso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

CAPÍTULO III. Secretos de harén. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47

CAPÍTULO IV. El faraón ha muerto. . . . . … . . . . . . . . . . . . . . . . . . … . . . 63

CAPÍTULO V. Las prostitutas del muelle. . ……….. . . . . . . . . . . . . . . . . . 79

CAPÍTULO VI. Los dos leones(h.1359, fundación de la Ciudad del Sol) 95

CAPÍTULO VII. La tumba de Akhenatón. . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . .. . . . .111

CAPÍTULO VIII. La abeja reina. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

CAPÍTULO IX. La Ciudad del Horizonte. . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .141

CAPÍTULO X. La magia de la música. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . … . . . .167

CAPÍTULO XI. El veneno negro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . … . . . . .185

CAPÍTULO XII. Un viaje provechoso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .203

CAPÍTULO XIII. Alguien colecciona ojos humanos. . . . . . . . . . . . . . . . 221

CAPÍTULO XIV. La fuerza del amuleto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .235

CAPÍTULO XV. Juego de muerte. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . … . … . .257

CAPÍTULO XVI. Nido de víboras. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . … . . . .271

CAPÍTULO XVII. Dame un hijo tuyo por esposo . . . . . . . . . . . . . . . . . .283

CAPÍTULO XVIII. Yarsu de Zippasla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .301

CAPÍTULO XIX. Shepkaf, el khusita . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . .311

CAPÍTULO XX. La cobra real . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .325

CAPÍTULO XXI. El palacio del oasis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .335

CAPÍTULO XXII. Tres Reinas Negras. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .351

CAPÍTULO XXIII. El taller mágico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .371

CAPÍTULO XXIV. Los cuatro padres… . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . .395

CAPÍTULO XXV. Juego de muerte. . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . … . . . . . . .411

CAPÍTULO XXVI. El Embajador de Hatti. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .425

CAPÍTULO XXVII. La reina ha desaparecido. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . .445

CAPÍTULO XXVIII. La tela de la araña. . . . . . . . . . . . . … . . . . . . . . . .457

CAPÍTULO XXIX. Cuatro serpientes de colores. . . . . . . . . . . . . . . . . 473

CAPÍTULO XXX. El collar de abejas. . . . . . . . . . . . . . . . …. . . . . . . . . .489

CAPÍTULO XXXI. Atando cabos. . . . . . . . . . . . . . . . . . … . . . . .. . . . . ..511

CAPÍTULO XXXII. La fórmula de la justicia. . . . . . .. . . . . . . . .. . . . . .521

CAPÍTULO XXXIII. Ejercicio de doma. . . . . . . . . . . . . . . .. . . .. . . . . .539

CAPÍTULO XXXIV. El ojo mágico (Uratawi) . . . . . . . . . . . . . .. . .. . . .555

CAPÍTULO XXXV. La puerta del tiempo está abierta. . . . . . .. . . . . . 573

CAPÍTULO XXXVI Epílogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . ….. . . . . . . . . . . . . . .587

Nota del traductor. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . …. . . . . . . . . . . . . .. . .592

Mapas. . . . . . . . . . . . . …………………………………………………….… . . . .….596

Capitulo XXIX

Cuatro serpientes de colores….

“Tus rayos alimentan los campos. Cuando brillas, viven, germinan por ti. Hiciste las estaciones para nutrir todo cuanto has creado. El invierno para enfriar, el calor para que te disfruten. Creaste el cielo lejano para brillar en él. Para observar todo aquello que hiciste.”

Himno a Atón. Tumba de Ay, TA 25

Cuatro serpientes de colores

A veces la reina soñaba despierta, en silencio. En su soledad. Un hijo suyo y de Yarsu podría ser el próximo faraón, imaginaba. Estaba segura de que él sí le daría un hijo. Y el niño, además de futuro faraón de Egipto, sería rey de Hatti por derecho propio. Y uniría en su persona las dos ramas familiares de la casa real hitita, la que representaba Yarsu de Zippasla y la que representaba ella misma, con lo cual no habría lugar a más guerras ni a más problemas. Y la maldición de los cuatro jinetes y el Sol Negro terminaría. Como si se hubiesen unido finalmente en un sagrado matrimonio la Diosa Abeja y Seth, el dios rojo del desierto, la destrucción de su familia llegaría a su fin. Y su heredero extendería su poder desde Anatolia a Mitanni y Babilonia. Y hasta las islas del Gran Verde. ..

…Mahu repasaba en su oficina la situación, los problemas de la justicia egipcia y la corrupción policial, que le impedían llevar a cabo con la presteza debida las investigaciones de los asesinatos en la casa real y sobre todo entender el misterio del robo de los ojos de los cadáveres. Era consciente de que él mismo tenía ayudantes corruptos e intuía que estaba a punto de descubrirlos, pero también que eran peligrosos. La violación de su mujer había sido una clarísima advertencia. Y temía que cumpliesen la amenaza contra su hija. También parecía una advertencia el intento de asesinato de Neferhotep.

Pero ¿Qué objeto tenía deshacerse de un ciego que no hacía daño a nadie, y que a nadie podía identificar, en caso de llevarse a cabo una investigación oficial o se tratase de hacerle testificar acerca de sus propias actividades delictivas? Y supuso que alguien muy importante estaba utilizando al chico, no sólo para vender drogas, sino también para acercarse disimuladamente a Nefertiti.
– ¿Conocerá el ciego al jefe principal o será sólo un pobre vendedor temporal, sin ninguna conexión con los jefes de la trama? ¿Habrá otros grupos, enfrentados con su jefe supremo? -se preguntaba Mahu, desconcertado por el extraño cariz que iban tomando los acontecimientos.
La situación y los problemas de la justicia y los policías corruptos habían sido denunciados repetidas veces por los habitantes de Akhetatón. Y Mahu se había hecho eco de ellos en las reuniones del Consejo de la Ciudad, sobre todo desde que habían comenzado allí los tumultos y los incendios, que se extendían ya a todo el país. Él atribuía aquellos hechos no sólo a los contrabandistas, sino también a los adeptos al culto de Amón y a sus sacerdotes, que dominaban gran parte de los circuitos de distribución de materias prohibidas o el tráfico fraudulento de mercancías, cuyo monopolio tenía el faraón, eludiendo los impuestos y a sus inspectores. Era pues, en el fondo, una cuestión económica, camuflada intencionadamente de problema religioso. La situación se había agravado por los asesinatos y el robo de los ojos de las familias reales y unos cuantos comerciantes, que por cierto, no tenían nada que ver con ellas, con lo cual, no se podían relacionar. Posiblemente era una conjura para atemorizar al país y a Hatti. Y seguro que estaba dirigida por los sacerdotes de Amón y los adversarios de Subiluliuma unidos.
Él mismo había denunciado repetidamente ante el Alcalde de -475
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Akhetatón la manipulación de algunos fardos en los almacenes y la falta de vigilancia en algunos muelles, sobre todo por la noche. Y la aparición de vigilantes y policías emborrachados y drogados, algo que había proliferado recientemente. Pero no habló en público, sin embargo, de las extrañas muertes de algunos comerciantes y, desde luego, nunca de los miembros de la familia real o sus allegados y menos aún del problema de los ojos desaparecidos de los cadáveres, porque la complicidad de los embalsamadores podría producir una gran alarma entre la población si se supiese. Había que tener mucho cuidado, porque los temores supersticiosos podrían producir graves desórdenes, lo que los sacerdotes de Amón podrían utilizar como caldo de cultivo para sus propios fines y para atentar contra la vida y las posesiones de los fieles de Atón. Y quién sabe si contra los pocos miembros de la familia real que aún quedaban con vida.
Pero a pesar de todas las precauciones oficiales, los nefastos rumores no tardaron en extenderse. Y el temor de la población crecía como las aguas del Nilo en la estación Akhet. Porque se estaba comprobando que los rumores tenían fundamento. Y no eran meros cotilleos de viejas.
Recientemente habían sido hallados ahorcados en sus propias celdas tres guardias del orden interior, que habían sido encarcelados en celdas disciplinarias destinadas a los presos, mientras se gestionaba su expulsión deshonrosa del cuerpo de policía y del ministerio del Interior y su posterior sanción. Nadie había entrado en aquellas celdas, por lo que se supuso que se habían suicidado por la vergüenza que tales actos había causado recaer a sus familias. Y se echó tierra encima al asunto, quitándole importancia. Pero, a pesar de todo, el problema estaba ahí. Y Mahu no podía ignorarlo, porque la desconfianza de la población en la policía iba en aumento. Era de dominio público que el tráfico de bebidas alcohólicas y drogas estaba muy extendido en la prisión. Y se habían ocasionado varios hechos sangrientos entre reclusos embriagados y drogados.
Y según el oficial Najt, la entrada de bebidas se producía a través de los servicios médicos, que a veces se ocupaban de los prisioneros. También señaló Mahu a las autoridades que algunos médicos vendían la ayuda que llegaba a los presos de parte de sus familias. Y que los reclusos, para tener acceso a los medicamentos y remedios, tenían que comprarlos a cambio de diversos favores, trabajos o drogas aportadas por sus compinches, cambiándolos por ropas, alimentos u otros productos de primera necesidad. E incluso las ayudas que llevaban los familiares a los presos desaparecían en el puesto médico, que estaba a las órdenes del doctor Ipuet, un personaje cuya riqueza había aumentado sensiblemente en los últimos años.
Los arrestados durante las investigaciones estaban acusados de robar numerosas pertenencias y de amenazar a comerciantes del distrito del muelle del Nilo, a los que sometían a cacheos intempestivos y robaban, amenazaban y lesionaban. Los autores de estos delitos habían sido
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suspendidos de empleo y sueldo y se enfrentaban a la expulsión del cuerpo si se demostraba su culpabilidad. Pero los representantes de los policías decían que las denuncias eran falsas e intentaban evitar que se investigase a las mafias, aunque eran ya muchas las quejas de los afectados por estos hechos que llegaban a Mahu. Y también clientes y dueños de varias tabernas del muelle habían notificado robos, llevados a cabo durante algunos registros efectuados por los propios policías.
La forma de actuar de estos, según las víctimas, era siempre la misma. Entraban dos o tres agentes en los distintos locales, mientras un grupo de policías esperaba fuera del local. Tras exigir examinar los productos y pedirles la documentación a los propietarios, salían a la calle para ver mejor los documentos y las mercancías, momento que los policías aprovechaban para hacerse disimuladamente con los productos más pequeños y caros. Y los dueños no se percataban de la sustracción hasta que iban a echar mano de ellos, ya que ni se les había ocurrido desconfiar de los inspectores oficiales, que otras veces robaban y maltrataban a los denunciantes o a quienes se interesaban por personas detenidas. Y muchos afectados habían acudido ya a la comisaría del norte de la ciudad a declarar lo ocurrido.
Allí, Nefruit, el dueño de una taberna, había sido agredido en la misma comisaría cuando se interesó por la detención de una de sus sirvientas. Ésta había avisado a gritos a sus clientes que habían entrado en el local policías que robaban a quienes estaban en la taberna y había habido una desbandada general. Los agentes golpearon a Nefruit en la boca y el pobre cayó desmayado sin que nadie de la comisaría se preocupase de atenderle. Y desde luego, su sirvienta seguía detenida.
A partir de estos hechos, los comerciantes y taberneros del puerto habían denunciado sus problemas y se reunieron con el representante del alcalde, que se comprometió a investigar lo ocurrido y detener a sus autores. Se culpaba de la corrupción a los bajos salarios de los agentes, quienes se veían tentados por las grandes cantidades de riqueza que movía el narcotráfico, principal causa de la deshonestidad policial.
Para tratar de atajar esta situación, el gobernador había desplegado desde hacía unos meses a soldados y vigilantes de una guardia creada por integrantes de los cuerpos de la Marina real y los diversos nomos o distritos. En ellos, las mafias criminales realizaban, impunes y confiadas, sus negocios ilegales de tráfico de personas, armas y drogas, raptos y asesinatos.
Pero la participación del ejército había sido criticada, sobre todo, por los sacerdotes de Amón de Tebas, ya que lo consideraban excesivo y peligroso. Decían que, al ser el último recurso del Estado contra la delincuencia, si fracasaba, podía poner en evidencia ante los enemigos exteriores de Egipto la existencia en el país de una situación de desgobierno y caos.

Pero ¿Qué objeto tenía deshacerse de un ciego que no hacía daño a nadie, y que a nadie podía identificar, en caso de llevarse a cabo una investigación oficial o se tratase de hacerle testificar acerca de sus propias actividades delictivas? Y supuso que alguien muy importante estaba utilizando al chico, no sólo para vender drogas, sino también para acercarse disimuladamente a Nefertiti.

– ¿Conocerá el ciego al jefe principal o será sólo un pobre vendedor temporal, sin ninguna conexión con los jefes de la trama? ¿Habrá otros grupos, enfrentados con su jefe supremo? -se preguntaba Mahu, desconcertado por el extraño cariz que iban tomando los acontecimientos.

La situación y los problemas de la justicia y los policías corruptos habían sido denunciados repetidas veces por los habitantes de Akhetatón. Y Mahu se había hecho eco de ellos en las reuniones del Consejo de la Ciudad, sobre todo desde que habían comenzado allí los tumultos y los incendios, que se extendían ya a todo el país. Él atribuía aquellos hechos no sólo a los contrabandistas, sino también a los adeptos al culto de Amón y a sus sacerdotes, que dominaban gran parte de los circuitos de distribución de materias prohibidas o el tráfico fraudulento de mercancías, cuyo monopolio tenía el faraón, eludiendo los impuestos y a sus inspectores. Era pues, en el fondo, una cuestión económica, camuflada intencionadamente de problema religioso. La situación se había agravado por los asesinatos y el robo de los ojos de las familias reales y unos cuantos comerciantes, que por cierto, no tenían nada que ver con ellas, con lo cual, no se podían relacionar. Posiblemente era una conjura para atemorizar al país y a Hatti. Y seguro que estaba dirigida por los sacerdotes de Amón y los adversarios de Subiluliuma unidos.
Él mismo había denunciado repetidamente ante el Alcalde de Akhetatón la manipulación de algunos fardos en los almacenes y la falta de vigilancia en algunos muelles, sobre todo por la noche. Y la aparición de vigilantes y policías emborrachados y drogados, algo que había proliferado recientemente. Pero no habló en público, sin embargo, de las extrañas muertes de algunos comerciantes y, desde luego, nunca de los miembros de la familia real o sus allegados y menos aún del problema de los ojos desaparecidos de los cadáveres, porque la complicidad de los embalsamadores podría producir una gran alarma entre la población si se supiese. Había que tener mucho cuidado, porque los temores supersticiosos podrían producir graves desórdenes, lo que los sacerdotes de Amón podrían utilizar como caldo de cultivo para sus propios fines y para atentar contra la vida y las posesiones de los fieles de Atón. Y quién sabe si contra los pocos miembros de la familia real que aún quedaban con vida.
Pero a pesar de todas las precauciones oficiales, los nefastos rumores no tardaron en extenderse. Y el temor de la población crecía como las aguas del Nilo en la estación Akhet. Porque se estaba comprobando que los rumores tenían fundamento. Y no eran meros cotilleos de viejas.
Recientemente habían sido hallados ahorcados en sus propias celdas tres guardias del orden interior, que habían sido encarcelados en celdas disciplinarias destinadas a los presos, mientras se gestionaba su expulsión deshonrosa del cuerpo de policía y del ministerio del Interior y su posterior sanción. Nadie había entrado en aquellas celdas, por lo que se supuso que se habían suicidado por la vergüenza que tales actos había causado recaer a sus familias. Y se echó tierra encima al asunto, quitándole importancia. Pero, a pesar de todo, el problema estaba ahí. Y Mahu no podía ignorarlo, porque la desconfianza de la población en la policía iba en aumento. Era de dominio público que el tráfico de bebidas alcohólicas y drogas estaba muy extendido en la prisión. Y se habían ocasionado varios hechos sangrientos entre reclusos embriagados y drogados.
Y según el oficial Najt, la entrada de bebidas se producía a través de los servicios médicos, que a veces se ocupaban de los prisioneros. También señaló Mahu a las autoridades que algunos médicos vendían la ayuda que llegaba a los presos de parte de sus familias. Y que los reclusos, para tener acceso a los medicamentos y remedios, tenían que comprarlos a cambio de diversos favores, trabajos o drogas aportadas por sus compinches, cambiándolos por ropas, alimentos u otros productos de primera necesidad. E incluso las ayudas que llevaban los familiares a los presos desaparecían en el puesto médico, que estaba a las órdenes del doctor Ipuet, un personaje cuya riqueza había aumentado sensiblemente en los últimos años.
Los arrestados durante las investigaciones estaban acusados de robar numerosas pertenencias y de amenazar a comerciantes del distrito del muelle del Nilo, a los que sometían a cacheos intempestivos y robaban, amenazaban y lesionaban. Los autores de estos delitos habían sido suspendidos de empleo y sueldo y se enfrentaban a la expulsión del cuerpo si se demostraba su culpabilidad. Pero los representantes de los policías decían que las denuncias eran falsas e intentaban evitar que se investigase a las mafias, aunque eran ya muchas las quejas de los afectados por estos hechos que llegaban a Mahu. Y también clientes y dueños de varias tabernas del muelle habían notificado robos, llevados a cabo durante algunos registros efectuados por los propios policías.
La forma de actuar de estos, según las víctimas, era siempre la misma. Entraban dos o tres agentes en los distintos locales, mientras un grupo de policías esperaba fuera del local. Tras exigir examinar los productos y pedirles la documentación a los propietarios, salían a la calle para ver mejor los documentos y las mercancías, momento que los policías aprovechaban para hacerse disimuladamente con los productos más pequeños y caros. Y los dueños no se percataban de la sustracción hasta que iban a echar mano de ellos, ya que ni se les había ocurrido desconfiar de los inspectores oficiales, que otras veces robaban y maltrataban a los denunciantes o a quienes se interesaban por personas detenidas. Y muchos afectados habían acudido ya a la comisaría del norte de la ciudad a declarar lo ocurrido.
Allí, Nefruit, el dueño de una taberna, había sido agredido en la misma comisaría cuando se interesó por la detención de una de sus sirvientas. Ésta había avisado a gritos a sus clientes que habían entrado en el local policías que robaban a quienes estaban en la taberna y había habido una desbandada general. Los agentes golpearon a Nefruit en la boca y el pobre cayó desmayado sin que nadie de la comisaría se preocupase de atenderle. Y desde luego, su sirvienta seguía detenida.
A partir de estos hechos, los comerciantes y taberneros del puerto habían denunciado sus problemas y se reunieron con el representante del alcalde, que se comprometió a investigar lo ocurrido y detener a sus autores. Se culpaba de la corrupción a los bajos salarios de los agentes, quienes se veían tentados por las grandes cantidades de riqueza que movía el narcotráfico, principal causa de la deshonestidad policial.
Para tratar de atajar esta situación, el gobernador había desplegado desde hacía unos meses a soldados y vigilantes de una guardia creada por integrantes de los cuerpos de la Marina real y los diversos nomos o distritos. En ellos, las mafias criminales realizaban, impunes y confiadas, sus negocios ilegales de tráfico de personas, armas y drogas, raptos y asesinatos.
Pero la participación del ejército había sido criticada, sobre todo, por los sacerdotes de Amón de Tebas, ya que lo consideraban excesivo y peligroso. Decían que, al ser el último recurso del Estado contra la delincuencia, si fracasaba, podía poner en evidencia ante los enemigos exteriores de Egipto la existencia en el país de una situación de desgobierno y caos. ..

…También la confirmación de que las muertes de sus familiares y allegados habían sido asesinatos y las pistas que sobre todos ellos iba teniendo la policía pilló a Nefertiti por sorpresa. Era imposible comprender, según decía Mahu en su informe, cómo casi todas las muertes de su familia y allegados se debían, probablemente, a una sola persona. Estaba probado que la muerte del faraón era un asesinato. Que el robo de sus ojos había sido premeditado, y que alguno de sus embalsamadores se los había sacado y los había cambiado por droga. Pero el principal sospechoso había aparecido muerto antes de que se le hubiese podido interrogar, por lo que con él se perdió la pista principal para descubrir quién había sido el autor material del asesinato del faraón.

Mahu confirmó también que el príncipe Tutmosis y su madre habían sido asesinados. Pero que el faraón, con su propio sello, había ordenado -478

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dar carpetazo al asunto, de lo que él deducía que la propia reina madre, Tiyi, podría estar implicada en la desaparición de ambos, ya que sus muertes facilitaron la ascensión al trono a su propio hijo, el joven Amenofis, luego Akhenatón.

La orden del faraón había sido tajante. Su sello confirmaba la orden real. No había ninguna duda. Y aquellas investigaciones se habían abandonado rápidamente, destruyéndose cualquier prueba al respecto.

Pero la preocupación de Mahu aumentó cuando la misma Tiyi había muerto y su amigo, el fiel Maya, posible padre de Akhenatón, había sido posiblemente envenenado, lo que tampoco se pudo probar, porque el vaso del que había bebido no contenía vino adulterado, como se supuso en un primer momento, ya que lo habían bebido los catadores oficiales y no habían tenido ningún problema de salud. Y con todas aquellas muertes “fortuitas” crecieron sus sospechas de que podía haber algún asesino dentro del palacio, en los círculos más próximos a la familia real egipcia. Y que aquellas muertes inexplicables podían ser parte de un ajuste de cuentas entre mitannios, egipcios e hititas, pensaba la reina Nefertiti, apoyando la tesis de Mahu.

Sobre todo considerando que ella misma había recelado de algunos miembros de su familia e incluso, cuando conoció la existencia de la favorita Kiya y sus hijos, sospechó que ella o alguno de los mitannios partidarios al trono podrían estar implicados en la eliminación de sus adversarios de la familia de Akhenatón.

Y todo se complicó aún más cuando se supo que la misma Kiya y sus hijos habían sido asesinados y sus ojos robados también.

– ¡Nos hemos quedado sin sospechosos “lógicos”! -lloraba atemorizada la reina por su propia seguridad y la de sus hijas pequeñas.

Tantas muertes en la familia real no tenían una explicación razonable. Y era normal que, para el pueblo, estuviese claro que una maldición perseguía a la familia del faraón, que había osado cambiar los cultos y las formas estéticas del país, haciendo peligrar su estabilidad cósmica.

Como Tutmés, el escultor, había insinuado a Nefertiti muchas veces, casi en broma, se había cumplido lo que antes parecía una premonición macabra. Y muchos de los que habían intervenido directa o indirectamente en las variaciones estético-religiosas de la época de Akhenatón, incluidos los miembros de su propia familia, no sólo egipcios sino también hititas y mitannios, jóvenes o viejos, hombres o mujeres estaban malditos. Y habían sido asesinados y se habían robado sus ojos para que nunca descansasen durante toda la eternidad.

Porque el faraón había desequilibrado la armonía de Maat, la justicia. Aunque el mismo escultor ignoraba quién podría ser el brazo ejecutor de la sentencia. De la maldición divina. El asesino, en suma, afirmó, era un ser humano. No un extraño espíritu destructor inmaterial.

Y el miedo en el país creció cuando los enfrentamientos entre los fie-479

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les y sacerdotes de los dioses Atón y Amón aumentaron y aparecieron cadáveres de seguidores de ambos cultos abandonados y comidos por alimañas en los campos y caminos de todo Egipto. La maldición de los cadáveres incompletos se extendía por doquier, fuera del palacio real. Los espíritus resentidos de los muertos clamaban venganza. Y ésta se cumplía. Inexorablemente.

A lo lejos, el sonido monótono de sistros, laúdes, flautas y tambores proseguía su llamada en la noche que se expandía a lo largo de las riberas del Nilo y hacía burbujear de estertores de muerte las aguas del río. Mientras, en los lejanos poblados, los canes solitarios aullaban a la luna, que parecía gemir en un cielo solitario teñido de tristeza y los campesinos temerosos relataban al amor de la lumbre que en la montaña habían visto un gran león blanco. Tranquilo. Vigilante. Olfateando el aire que olía a hogares deshechos. Un tufo a destrucción subía del río y se mezclaba con la pestilencia de las caballerizas y los excrementos de animales y humanos, el olor a jazmín y el extraño hedor dulzón de la muerte, que Mahu husmeaba preocupado, mientras ordenaba a sus agentes que extremasen la vigilancia.

La reina sumaba a su pena el hecho de saber que su amigo Neferhotep había sido utilizado por los jefes de la droga para pasar la mercancía y hacerla llegar a los clientes de una forma muy bien disimulada, como si se tratase de limosnas al ciego.

Los muertos asesinados ritualmente son ya más de veinte -concluyó el jefe de policía ante la reina, tras hacer el recuento de las posibles víctimas sin ojos. Y Nefertiti lloraba, compungida por aquellas noticias. Y se aferraba al cariño de sus únicas hijas vivas, sin conseguir entender cómo habían logrado sobrevivir hasta ahora a la maldición de los dioses, que se habían cebado con su familia más cercana. O tal vez, pensaba horrorizada, las pequeñas aún no se habían cruzado con el asesino, o los asesinos, o con quienes habían ocasionado todas aquellas muertes, fuese quien fuese el o los causantes de aquella locura.

Alguien ha lanzado contra tu familia y tus allegados una cruel maldición -decía Kakuy, moviendo la cabeza preocupada, examinando las nuevas muñecas de arcilla y cera cubiertas de extraños signos escritos con sangre, halladas bajo algunas camas del harén.


Otras figuritas mágicas similares se encontraron escondidas en el despacho de Akhenatón. Y se le ocultó a la reina que una de aquellas muñecas, medio quemada, hecha a su imagen y semejanza, con su nombre, algunos de sus cabellos rojos, y vestida con parte de tela de una túnica suya, había aparecido también, disimulada entre sus prendas íntimas.

Eran unas muñecas muy simples….

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