Etiqueta: guerras medicas



7 Oct 09

Los griegos eran unos incurables, incorregibles y fenomenales mentirosos. Cuentan que hubo 600.000 persas en la batalla de Maratón con el mismo descaro con que hoy algunos políticos se ufanan de concentraciones masivas de varios cientos de miles de personas en una plaza de 10.000 metros cuadrados. Si dudan de lo que digo, hagan una cosa muy simple: tomen un mapa de Grecia. Fíjense en la superficie de la llanura de Maratón.

Escenario de las guerras médicas

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Si alguien consigue meter a 600.000 guerreros peleando en ese espacio, que me lo diga

Cuando, en el verano del 490 AC, la flota persa se hizo a la mar para ajustar cuentas con los griegos, el pánico entre las ciudades del continente se hizo bastante difícil de disimular. El miedo les hizo ver los famosos 600.000 persas con sus 600 trirremes allí en dónde solo había unas 100 naves y aproximadamente 20.000 hombres.

Datis, el Comandante en Jefe de los persas, no era sanguinario. Pero era efectivo. La isla de Delos cayó en sus manos. Eretria también.

Atenas,aterrada, porque estaba en primera línes, pidió socorro y Cleomenes de Esparta prometió ayudarla, pero necesitaba tiempo para juntar al ejército espartano.

Los persas zarparon de Eretria y desembarcaron en Maratón. La cosa se hacía una cuestión de horas. No había tiempo para esperar a los espartanos.

Así lo comprendió también Milcíades y de perdidos al río: se lo jugó todo a una sola carta. Salió de Atenas con unos 10.000 hombres en total y le hizo frente a Datis en Maratón.

La Acróplis de Atenas

Los persas tiraron su famosa nube de flechas, pero Milcíades lanzó a sus hoplitas a la carrera y todos pasaron por debajo de los proyectiles. El truco resultó. Los atenienses ganaron la batalla y los persas huyeron para volver a sus barcos y partir.

El emisario de Maratón

El ejército griego, extenuado, no pudo perseguirlos. Pero un hombre cubrió corriendo los 42 kilómetros que hay entre Maratón y Atenas para llevar la noticia de la victoria a la ciudad. Cuando llegó, dió la buena nueva y cayó muerto, agotado. La Historia ha sido terriblemente injusta con él. Se llamaba Filípides y hoy ya nadie lo recuerda porque la carrera que le costó la vida, y que aun se corre en todas las Olimpíadas, ha tomado el nombre de “maratón” por el lugar de la batalla.

El ejército ateniense volvió a marchas forzadas a Atenas. Para cuando la armada persa también llegó al puerto de la ciudad, el Pireo, los militares persas casi no pudieron creer lo que veían sus ojos. Las tropas griegas estaban otra vez allí, dispuestas a hacerles frente. Datis era un hombre práctico. Decidió dejar el ajuste de cuentas para otra oportunidad.

Dijo: “¡Volveremos!” como Mac Arthur, dio la media vuelta y regresó a Asia Menor.

Exactamente al día siguiente llegaran los espartanos. Justo veinticuatro horas demasiado tarde.

Atenas había producido lo increíble: había vencido sola a los persas sola.

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4 Oct 09

Los espartanos arrojaron a los embajadores persas a un pozo…

Es cierto que los griegos eran muy distintos de los persas en muchos aspectos. Como que también es cierto que la comparación no favorecería a los griegos en todos los casos. A los persas, por de pronto, les importaba un cuerno llevarle rosas a ninguna deidad. Para ellos, la ciudad perfecta era la ciudad inexpugnable. La pederastia les resultaba abominable. Los persas eran puritanos. Monoteístas. Zaratustra los había educado para eso. Era proverbial su amor y su apego por la verdad. Y, contra todo lo que se diga, también lo fue su caballerosidad.

Cuando una vez, poco antes de la segunda invasión, dos embajadores persas llegaron a Esparta para ofrecerle la posibilidad de una rendición a los lacedemonios, éstos - ni cortos ni perezosos - los tiraron a un pozo. Después, parece ser que, tanto el Ministerio de Relaciones Exteriores espartano como su propia conciencia, no los dejó dormir tranquilos durante un buen tiempo. Pronto se hizo evidente que tamaña violación del Derecho Internacional constituía, por una parte, una barbaridad y, por la otra, un peligroso precedente que podría llegar a ser imitado por los persas con los embajadores espartanos. El hecho es que, en un gesto muy típico, el Estado espartano pidió dos voluntarios para ir a la corte del rey persa Jerjes y para ofrecerse como víctimas expiatorias por el crimen cometido. Algo así como: “Te maté dos embajadores. Aquí te mando dos míos. Los matas y quedamos a mano”.

Los dos voluntarios, efectivamente, aparecieron: Espertias y Bulis. Ambos de buena posición y familia, como corresponde a embajadores de categoría, se ofrecieron para ir y morir a fin de lavar el honor espartano. Otra vez, muy típico de Esparta. ¿Por qué no decirlo?: ¡Digno de Esparta!

Los dos voluntarios parten. Pasan por Susa, en dónde Hidarnes, el Comandante persa de la ciudad, trata de sobornarlos con promesas. Los espartanos rechazan la oferta. Vinieron a morir por el Honor de la Patria y no para entretenerse con corruptelas diplomáticas. ¡Digno de Esparta! ¡Sin duda! Los voluntarios dejan Susa y llegan, por fin, ante el Gran Rey. Allí, los adulones de la corte quieren obligarlos a caer de bruces ante Su Majestad como lo requiere el protocolo persa. Los dos espartanos se niegan rotundamente. Voluntarios dispuestos a morir por su Patria no caen de rodillas ante ningún ser humano. Ni aunque se llame Jerjes y sea el rey de todas las Persias habidas y por haber. ¡Bien por los espartanos!. Uno casi puede escuchar el aplauso cerrado de los que quedaron en casa ¡Esos son hombres! Los voluntarios levantan, orgullosos, la cabeza y de pié, plantados como corresponde a dos guerreros espartanos, le informan a ese Rey persa Comosellame que han venido para morir y expiar el crimen cometido con los emisarios.

Jerjes

Y en ese momento sucede lo inexplicable. Jerjes los mira y ordena que se vayan. Se niega a matarlos. Su argumento es tan simple como obvio: los espartanos violaron el Derecho Internacional matando a dos embajadores. Por lo tanto, cometieron un crimen. Ese es su problema. Él, Jerjes, Rey de Persia, no piensa librarlos de su culpa cometiendo exactamente el mismo crimen por segunda vez. Un Rey de Persia no hace justicia cometiendo crímenes. Si los espartanos violaron la ley, pues que carguen con la culpa y asuman la responsabilidad por su bajeza. Además, el Gran Rey no se ensucia las manos matando embajadores. Punto. Retirarse. Siguiente asunto.

Eso fue lo que los griegos no entendieron jamás. Ni siquiera los espartanos. Me pregunto si, incluso hoy, habría muchas Cancillerías en dónde un gesto así sería correctamente apreciado.

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4 Oct 09

Aunque la película “300″ distorsiona parte de la realidad del batalla de Termópilas, el sacrificio de los 300 espartanos comandados por Leónidas, el rey de Esparta, quienes pararon en el desfiladero de las Termópilas a un ejército varias veces superior durante varios días.

Los que pasan por el lugar en que se batieron los 300 espartanos ,pueden leer esta hermosa inscripción:

“Viajero:
Si vas para Esparta, dile a los espartanos
que aquí yacen sus hijos,
caídos en el cumplimiento de su deber”.

Desfiladero de Las Termópilas,Grecia

Menos conocido es el hecho de que algunos de los guerreros 300 sobrevivieron a la masacre, aunque tuvieron suertes distintas.

Monumento a Leónidas y a los caídos en las Termópilas
(Erigido por el Rey Pablo de Grecia en 1955)

Pantites, un soldado que fue enviado por Leónidas a Tesalia (al norte de las Termópilas, temerariamente en dirección a las filas enemigas) con una embajada, probablemente para reclutar aliados para la batalla. Pantites no llegó a tiempo al campo de batalla, de manera que regresó a Esparta. El estricto código de honor militar espartano no le perdonó esto y Pantites, incapaz de soportar la deshonra, acabó suicidandose.

Los otros dos soldados que sobrevivieron fueron Eurito y Aristodemo. Ambos estaban fuera de la zona de combate de Termópilas, aquejados por una enfermedad ocular.

Aristodemo, dando por perdida la causa y por inútil el sacrificio. Apenas llegó a Esparta, cayó sobre él la peor deshonra en la que podía incurrir un espartano libre. Ningún espartano estaba dispuesto a compartir con Aristodemo el fuego, ni tampoco a dirigirle la palabra. Un año después, cuando los espartanos plantaron cara al ejército persa en Platea, Aristodemo iba de los primeros y se lanzó con furia ciega a lo más denso de las filas espartanas, muriendo en combate.

Eurito, casi por completo ciego, se hizo conducir por un un esclavo hacia el campo de batalla, dispuesto a ofrendar su vida en combate contra los persas.

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