Misterios de la corte francesa:El hombre rojo
EL ESPECTRO DE LAS TULLERÍAS
“El Hombre Rojo”
-http://retratosdelahistoria.lacoctelera.net/categoria/misterios-
Leyendas fantasmales conocidas
El Palacio Imperial de Invierno, La Hofburg de Viena (reproducción a vista de pájaro del complejo palatino de los Habsburgo).
Si hay una leyenda muy conocida por todos los golosos de historias de miedo y de leyendas de ultratumba, ésa es la de la celebérrima “Dama Blanca” de los Habsburgo, que solía aparecerse en el Palacio Imperial de Invierno (La Hofburg de Viena) a sus regios habitantes para anunciarles su próxima muerte. De hecho, el espectro de aquella dama blanca solía extender su área de influencia apareciéndose incluso en el Palacio Imperial de Innsbrück y en otros regios edificios con tal de llevar a cabo su misión: la de advertir a los príncipes de la casa de Habsburgo que se acercaba su hora.
Ese fue el caso del emperador Francisco I Esteban de Lorena, marido de la autoritaria Maria-Teresa I de Austria, última de los Habsburgo; el monarca, que también llevaba en sus venas la sangre de los Austria por parte de su abuela, hermana del emperador Leopoldo I, tuvo un encontronazo con la Dama Blanca en un corredor del palacio de Innsbrück, donde solían pasar los veranos los miembros de la numerosa Familia Imperial y su corte. Después de relatar su encontronazo a su mujer, Francisco I Esteban moría súbitamente.
Los Emperadores Francisco I Esteban de Lorena y Maria-Teresa I de Austria, con su familia; obra de Martin Van Meytens.
FRANCIA
Pues bien, no es, obviamentr,ente, una aparición exclusiva de la Casa Imperial Austro-húngara. La Dama de Chantilly, alias Louise de Budos, solía hacer lo mismo que la Dama Blanca de La Hofburg: advertir silenciosamente a sus descendientes los príncipes de Condé y de Conti, con terrible semblante, que la muerte estaba cerca.
FANTASMAS REALES EN GRAN BRETAÑA
En Gran-Bretaña, reino de numerosísimas leyendas fantasmales, algunas francamente aterradoras, contamos con los fantasmas regios de Ana Bolena y de otras dos reinas que, entre el nutrido listado de esposas del rey Enrique VIII, suelen aparecerse a los guardias que hacen sus rondas por la lúgubre Torre de Londres, aterrorizándolos. En el castillo de Windsor, la mayor residencia privada que todavía existe en Europa, suele aparecerse la reina Elizabeth I sobre todo por la Biblioteca Real, hojeando libros en silencio para más datos. El caso del Palacio de Hampton Court, ha vuelto a saltar a la palestra hace pocos años, con las apariciones fantasmales de una dama del siglo XVII que abre y cierra puertas, y fortuitamente captada por las cámaras de seguridad.
FRANCIA
Por lo que toca a la Casa Real Francesa y a la Casa Imperial, no hay ninguna dama que aparezca a los reyes, más bien es un hombre, un ser aterrador, al que conocen como “el Hombre Rojo”; éste solía aparecerse a los gobernantes que ocuparon, precisamente, el hoy desaparecido Palacio Real de Las Tullerías
El Palacio de Las Tullerías: evolución e historia
Situado en el prolongamiento Oeste del Gran Louvre, el dominio de las Tullerías se compone de un extenso parque o jardín del mismo nombre, asi como de los museos del Jeu de Pamme y de la Orangerie.
El nombre de “Las Tullerías” procede de las fábricas de tejas instaladas en el mismo emplazamiento desde el siglo XIII, y que serían arrasadas tras ser comprados los solares por la reina Catalina de Médicis, consorte del rey Enrique II de Francia y madre de los tres últimos monarcas de la Casa de Valois-Angulema (Francisco II, Carlos IX y Enrique III), y de la célebre reina Margot, esposa de Enrique IV.
El Palacio del Louvre, en la época medieval tardía (siglo XV); litografía del siglo XIX.
Estando el viejo Palacio del Louvre en constante remodelación desde que Francisco I decidiera abatir el medieval palacio-fortaleza para sustituirlo por un palacio renacentista más acorde con los gustos de su tiempo y digno de sus habitantes, la Familia Real tiene que acomodarse del incesante ruido, del polvo y del vaivén de los obreros, carpinteros, paletas, escultores por la residencia regia que, poco a poco, se va transformando. Por esta razón, gran parte del tiempo, los reyes viven en el “Hôtel des Tournelles”, un palacio cercano en el cual Enrique II encontraría la muerte en el curso de una justa que formaba parte de las celebraciones programadas por las bodas de sus hijas con el rey Felipe II de España y el Duque de Saboya.
Enrique II de Francia y Catalina de Médicis (oval central) rodeados de los retratos de padres e hijos, y parientes cercanos; la Familia Real Francesa al completo.
Tras la tragedia, predecida por Nostradamus, en la que Enrique II acabó con una punta de lanza clavada en un ojo y murió días después, pese a los esfuerzos del cirujano Ambroise Paré, la reina Catalina de Médicis decidió abandonar el palacio de Tournelles, donde el triste recuerdo de aquel accidente la atormentaba.
La guerra civil y religiosa estalla entre católicos y hugonotes, pillando en medio a Catalina de Médicis que, aunque Carlos IX esté al frente del gobierno, necesita de su maquiavelismo para desenmarañar una situación político-religiosa que toma proporciones terribles. La reina madre intenta, utilizando todos los medios a su alcance, mediar en el conflicto que parece convertir en enemigos irreconciliables a católicos y protestantes.
Catalina de Médicis, Reina Vda. de Francia (1519-1589), en un retrato de 1565.
LA PREDICCIÓN DE RUGGIERI
Ruggieri, un mago del entorno regio predijo, en 1572, a la supersticiosa Catalina de Médicis ,que hallaría la muerte cerca de Saint-Germain. Lógicamente, la reina sacó sus propias conclusiones: el palacio de las Tullerías que había mandado edificar, depende de la parroquia de Saint-Germain-L’Auxerrois. Era necesario por tanto, elegir otra residencia bien lejos de aquel lugar.
Y las obras fueron abandonadas…
. Habría que esperar al advenimiento del rey Enrique IV, el primer Borbón, para que las obras se reinicien al decidir éste que hay que unir el Palacio del Louvre al inacabado Palacio de las Tullerías con un ala que domine el muelle derecho del Sena, denominada “la Gran Galería”. El proyecto recibe entonces el nombre de “Grand Dessin” (Gran Dibujo), y va a ser una constante en los sucesivos reinados: eliminar todos los barrios existentes entre el Louvre y las Tullerías, para crear un conjunto palatino jamás visto en Europa: el palacio más grande y amplio de Europa.
Ana-Maria-Luisa de Orléans, Duquesa de Montpensier (1627-1693); la nieta del rey Enrique IV de Francia, hija del Duque Gastón de Orléans y prima-hermana de Luis XIV, con el cual se pensó casar en su día, echó al traste su brillante porvenir al tomar partido por los príncipes rebeldes de la Fronda…
Cuando las fuerzas del Rey consiguen someter a los nobles rebeldes de La Fronda, tras derrotarlos en una cruenta batalla bajo los muros de París, la Duquesa de Montpensier, inquilina de las Tullerías, recibirá la orden de abandonar la capital y retirarse en su castillo de Saint-Fargeau por haberse atrevido a socorrer al ejército rebelde del Gran Condé ordenando que los cañones de La Bastilla bombardearan las tropas Reales dirigidas por Turenne.
La Corona recupera el palacio de las Tullerías y, el departamento de los Reales Edificios decide, por orden del ministro Colbert, acabar las obras y completarlas para que en él se alojasen Luis XIV y la corte. Colbert invirtió mucha energía en que se concluyeran las eternas obras del Louvre y de las Tulerías para dar cuerpo al “Gran Dibujo”, persiguiendo el objetivo de retener al rey en la bulliciosa capital del Sena.
PeroLuis XIV puso los ojos en el pequeño castillo de Versailles, antaño cita de las cacerías reales de su padre Luis XIII, a 20 km. de París, que le brindaba la oportunidad de convertirlo en su futuro palacio real, lo bastante alejado de la turbulenta capital para no sentirse presionado en sus decisiones, y lo bastante cerca como para hacer sentir su poder.
La leyenda del Hombre Rojo
Todos estos datos, quizá un poco duros de digerir, para mostraros que este lugar cuya historia fue tan accidentada no podía suscitar otra cosa que una leyenda …. sangrienta.
La Reina Catalina de Médicis y su séquito, salen del Palacio del Louvre para contemplar los resultados de la masacre de la San-Bartolomé; cuadro de Debat-Ponsan, 1880.
Se cuenta que la constructora de las Tulerías, Catalina de Médicis, siempre rodeada de magos y adivinos, utilizaba también a un esbirro en especial, un asesino a sueldo que era conocido bajo el apodo de “l’Écorcheur” (el Matarife). Aquel siniestro personaje, era el ejecutor de la reina, el que solucionaba los problemas tras haberse agotado todas las vías, enviando discretamente al otro barrio cualquier personaje que resultara molesto y obstaculizara los designios políticos de Catalina.
Durante mucho tiempo, ese matarife cuyo verdadero nombre no fue retenido por la pequeña historia (tan solo se sabe su nombre de pila: Jean), se dedicó puntualmente a hacer el trabajo sucio contra dinero contante y sonante, hasta que un día, la reina Catalina cayó en la cuenta que su esbirro sabía demasiado. Quizás la sola presencia de aquel asesino le recordaba demasiado que ella también se había manchado las manos de sangre, aunque fuera por persona interpuesta; decidió por tanto quitarlo de en medio. Hechando mano de otro esbirro, un tal Sr. De Neuville, la reina le mandó que se deshiciera discretamente del matarife.
La noche convenida, el esbirro atacó por sorpresa al matarife, cosiéndolo a cuchilladas con un estilete, en el mismo palacio de las Tulerías. Aunque el matarife intentó resistirse al esbirro de Catalina, fue mortalmente tocado y, antes de exhalar su último aliento, le lanzó una amenaza: “¡Volveré!”
Y cayó muerto en un charco de sangre.
Apenas alistado su crimen, Neuville abandonó el lugar pero tuvo la escalofriante impresión de que le seguía un hombre cubierto de sangre; desenvainó la espada y giró sobre si mismo. Nadie. Un escalofrío recorrió su espalda. Inquieto y pensando que había errado en su misión, volvió al lugar del crimen para cerciorarse que allí seguía el cadaver del matarife. Cual fue su sorpresa cuando, al entrar en la estancia, descubrió que el cuerpo había desaparecido y que tan solo quedaba, como prueba de su fechoría, un charco de sangre. Aterrorizado, huyó para ir al encuentro de la reina y contarle todo lo ocurrido. Catalina de Médicis mandó a su gente, espadas en mano, que buscaran por todo el palacio al matarife, con misión de rematarlo. Por más que buscaron, no encontraron nada y tuvieron que abandonar las pesquisas. Extrañada, la reina se encerró a cal y canto en sus aposentos.
Cosme Ruggieri (ob.1615), astrólogo y adivino de Catalina de Médicis; supuesto retrato conservado en el Castillo de Chaumont.
Días más tarde, el astrólogo de la reina, Cosme Ruggieri, acudió al gabinete de su señora para contarle un extraño encuentro que había tenido. En el curso de una preparación para una sesión de videncia, se le apareció en medio de una espesa bruma, surgida de la nada, un hombre ensangrentado que le predijo la muerte de la reina y las desgracias sucesivas que iban a golpear a los dueños del palacio; llegó incluso a predecirle su desaparición con el palacio tres siglos después, ya que se presentaba a si mismo como el depositario y guardián del destino de las Tulerías.
La noticia inquietó a la reina, quien volvió a encerrarse en sus aposentos. Pero, en el momento de entrar en un pequeño gabinete en penumbra, Catalina se topó cara a cara con el Hombre Rojo. El susto fue tan tremendo, que ese mismo día ordenó a sus criados que empaquetasen sus cosas y abandonasen con ella el palacio de las Tulerías.
El Hotel de Soissons, antiguo “Hotel de la Reine” -palacio de la Reina-, tal y como era según los planos alzados de París en el siglo XVIII, realizados para el “Plan Turgot”, de 1734. / Abajo, fotografía actual de la Bolsa de Comercio de París, con la torre o columna astrológica de Cosme Ruggieri, último vestigio que sigue en pie del palacio de Catalina de Médicis y luego de los Condes de Soissons, clasificado como Monumento Histórico.
Catalina de Médicis nunca volvería a pisar el palacio. De hecho, se instaló en un palacio nuevo construído donde hoy se encuentra la Bolsa de Comercio de París; el palacio en cuestión fue conocido como “Hôtel de la Reine” y, posteriormente, Hotel de Soissons al ser propiedad de los Condes de Soissons en el siglo XVII-XVIII. Allí mandó construir un observatorio astrológico para su inseparable y fiel Cosme Ruggieri, y cuyo recuerdo aún permanece con su columna astrológica pese a que el palacio fuera arrasado en el siglo XIX.
A partir de aquel momento francamente sobrenatural, las apariciones del Hombre Rojo fueron siempre de mal augurio para los reyes. Se apareció a Carlos IX, que murió cubierto de sangre y aterrorizado por los fantasmas de las víctimas de la masacre de San Bartolomé que asediaban su cama, y a sus hermanos: el joven duque de Alençon, moriría subitamente y Enrique III sería asesinado, poco después de verle, por un monje iluminado.
Después de enterrar a todos su hijos, excepto a Enrique III y Margot, Catalina de Médicis se puso enferma después de trasladarse al castillo de Blois, para la celebración de los Estados Generales convocados por su hijo el rey. Había contraído un resfriado en diciembre de 1588, y estaba moralmente abatida por los trágicos acontecimientos que echaban por tierra toda su política de concordia entre católicos y hugonotes. Es más, estaba aterrada por las consecuencias que podían traer el asesinato del duque de Guisa; asesinato que, por cierto, fue ordenado por Enrique III y del cual nunca le avisó para pedirle consejo.
Sintiéndose mal, Catalina de Médicis se metió en cama para no salir de ella. Pronto, su resfriado degeneró en pleuresía. Un joven abate que no era uno de sus habituales la velaba cuando, de pronto, le preguntó su nombre:
-”Me llamo Julien de Saint-Germain, mi Señora…”
-”Ah! Estoy muerta!” declaró fatalmente la reina, recordando la predicción de Ruggieri hecha en 1572.
Y murió, el 5 de enero de 1589.
La noche anterior de que Enrique IV saliera del palacio del Louvre en su carruaje aquel fatídico 14 de mayo de 1610, se vió furtivamente a un hombre ensangrentado deambular por los jardines de las Tulerías.
El Rey Luis XVI de Francia (1754-1793), en un retrato esbozado por Ducreux, c.1792.
Quizás la más relevante de sus apariciones fuera la de 1791, a la mañana siguiente de la huída nocturna de Luis XVI con su familia, en un intento de escapar de su cárcel de las Tulerías. Testigos presenciales, la Guardia Francesa que buscaban por palacio a los miembros de la Familia Real desaparecida, irrumpieron en la habitación del Rey y descubrieron, sorprendidos, a un hombre rojo tumbado en la cama del monarca, que no tardó en desvanecerse. Poco días después, los reyes fugitivos eran descubiertos en una posada de Varennes y apresados para devolverlos a París.
Maria-Antonieta de Austria-Lorena, Reina de Francia (1755-1793), según un retrato inacabado de Kucharski, c.1791-1792.
De vuelta a las Tulerías, su ilustre prisionera la reina Maria-Antonieta se topó, cara a cara, con el hombre rojo en los angustiosos días antes de que la chusma asaltase el palacio (10 de agosto de 1792). Peor augurio no pudo ser, ya que a raíz del asalto, la monarquía es abolida y los reyes son encarcelados en la torre del Temple. La anécdota fue anotada por Madame Campan, testigo del encuentro y entonces doncella de la reina. La misma identificó al Hombre Rojo con el nombre de Jean Lerouge (Juan Elrojo), porque afirma, en sus memorias, haberle visto días antes ante las ventanas de los aposentos de la Reina, blandiendo una pica en cuya punta había un corazón de buey y una pancarta con la leyenda “Corazón de Aristócrata”.
El hombre rojo se cobra incluso una víctima en 1793: un soldado revolucionario que, velando el cadáver del asesinado Marat en una sala del palacio, recibió la temida visita del fantasma. La impresión fue tal, que murió de miedo.
El Duende Rojo y el Hombre Rojo
Las andanzas del espectro sangriento siguieron y con más frecuencia con el emperador Napoleón I, el siguiente inquilino. En ese momento, ocurre un hecho extraordinario que se encuentra relatado en varios testimonios de la época. Ya no se trata tan solo del hombre rojo, sino también de un “pequeño hombre rojo”, una especie de ser fantástico digno de los cuentos de hadas, un duende vestido de rojo con un capirote puntiagudo a juego que seguirá muy de cerca a Napoleón ya en sus tiempos de general, y en el curso de la expedición a Egipto. El entonces general Bonaparte se topa con ese enano escarlata al pie de la gran pirámide de Keops, y le atrae hasta la entrada de ésta para hablarle de sus victorias en vísperas de la batalla de las pirámides. El corso, tan supersticioso como lo fue en su día la reina Catalina de Médicis, se entretendrá repetidas veces con ese hombrecito que le parece predecir su increíble destino. El mismo Napoleón confiaría a gente muy cercana ese secreto tan peculiar que acabaría por ser del dominio público.
Napoleón I Bonaparte (1769-1821), Rey de Italia y Emperador de los Franceses.
En 1804, poco antes de que se decidiera de la ejecución del secuestrado Duque de Enghien, en Vincennes, un centinela percibió una inquietante sombra en los jardines de las Tulerías y, tras dar el alto que no obtuvo respuesta, disparó y la negra silueta se derrumbó. Cuando acudió a ver a quien había disparado, no encontró nada más que una capa manchada de sangre y una linterna apagada. Respecto a otras fuentes, en esa anécdota nocturna, se cree que el hombre que recibió el disparo fue un vidente llamado Bonaventure Guyon, que era secretamente recibido en los apartamentos privados de la primera planta del palacio por Napoleón en persona. Ese tal Bonaventure Guyon, maestro de las matemáticas astrológicas (como le gustaba presentarse), había sido consultado por el joven Bonaparte en tiempos no tan lejanos y, siendo sus predicciones muy acertadas, mantuvo el contacto con él hasta el día en que Guyon le previno sobre el desastre de la campaña de Rusia, la derrota de Waterloo y su exilio de por vida a la Isla de Santa-Elena, en la que finalmente moriría. Disgustado por esas predicciones tan sombrías, Napoleón lo echó a patadas; desde ese mismo momento, dejó de frecuentarle y de recibirle en su gabinete de palacio, cayendo Bonaventure Guyon en desgracia y tildado de “pájaro de mal agüero”.
Sin embargo, todas y cada una de sus predicciones se cumplieron exactamente como lo había transmitido a su regio consultante.
Pero, volviendo al fantasma de Jean “el Matarife”, con Napoleón I parece extender su área de influencia y de apariciones. Deja de ser el sedentario espectro de las Tullerías, para viajar allá donde se encuentra el emperador, “su protegido”. ¿Acaso hablamos del mismo cuando en unas fuentes y otras parecen referirse al mismo espectro? Todo apunta a que asi es, pero yo lo dudo, a menos que el fantasma tuviera una peculiar preferencia por el corso y le fuera benéfico, contradiciendo así su habitual papel de mal augurio.
Algunos aventuran, como en el libro de Las Bonapartiana, detalles inquietantes sobre la curiosa relación que se establece entre el duende rojo y Bonaparte. Cuentan que el corso debía sus éxitos militares al hombrecito rojo, al cual estaba ligado mediante un pacto de una década de duración y realizado la víspera de la famosa batalla de las pirámides, y renovado por tan solo cinco años días antes de la batalla de Wagram.
En el desierto de Siria, el duende rojo se le volvió a aparecer en el monte de Moisés para decirle escuetamente: “Todo va bien!”
Curiosamente, el 18 Brumario (3 de noviembre de 1799), el hombrecito rojo se le aparece de nuevo pero, esta vez, vestido de verde y aconseja al general Bonaparte que lleve a cabo su golpe de Estado.
La noche de la victoria de Marengo (14 de junio de 1800), el duende rojo reaparece para anunciarle que verá doblegarse ante él el mundo y toda Europa estará de rodillas, que será coronado emperador de los Franceses, rey de Italia, etc.
La cuarta aparición se produce antes de su coronación en la catedral de Notre-Dame (diciembre de 1804). Por lo visto, ambos se entretuvieron largamente sobre distintos asuntos.
Napoleón aseguraría que sus apariciones se producían justamente en los momentos más duros de su vida, y que el duende vivía en las golfas del palacio de las Tullerías.
El 20 de Abril de 1814, Napoleón I se despide de sus fieles en el patio de la Herradura del Castillo de Fontainebleau, antes de coger el camino al exilio…
Después de muchos años benéficos, el duende dejó de aparecer. Sin embargo, una visita como la que tuvo Cosme Ruggieri del Hombre Rojo, se produjo en las mismas circunstancias la víspera de la batalla de Waterloo (18 de junio de 1815). Napoleón I dejaría testimonio de esa visita sobrenatural: “en medio de una espesa e inquietante bruma, apareció un hombre rojo tocado con lo que parecía ser un gorro frigio de lana…”
El mensaje no podía ser más claro: la derrota y su fin.
Luis XVIII, Rey de Francia (1755-1824), en un retrato oficial del Barón Gros.
El siguiente inquilino de las Tulerías sería Luis XVIII, junto con el resto de la Familia Real. La aparición se produciría en 1820 y fue vista por varios testigos oculares: sirvientes, soldados y cortesanos. El matarife se había dejado ver la víspera del asesinato del Duque de Berry, segundo sobrino del rey Luis XVIII e hijo pequeño del Conde de Artois.
El 13 de Febrero de 1820, a la salida de la ópera, el príncipe Carlos-Fernando de Francia, Duque de Berry, es mortalmente apuñalado por un obrero bonapartista llamado Louis Louvel. Sobrino del Rey Luis XVIII, era el único miembro de la Familia Real capaz de proporcionar un heredero al trono… En cualquier caso, el intento de Louvel fracasó: meses después, la Duquesa Vda. de Berry, daba a luz a un hijo varón póstumo, Enrique V, Conde de Chambord.
Noche del 13 de Febrero de 1820: la Familia Real y Luis XVIII acuden al Teatro de la Opera para reunirse entorno al moribundo Duque de Berry, presunto heredero de la Corona después de su padre, el Conde de Artois, y de su hermano mayor el Duque de Angulema…
En 1824, mientras el Conde de Artois atravesaba en su carruaje los jardines del palacio, vio las ventanas del gabinete del Rey encenderse de una ardiente e intensa luz rojiza. Creyendo que era un pasajero efecto óptico, no le dio más importancia pero, al día siguiente, al desayunar con su hermano el Rey, éste le contó que había sido víctima de la aparición de un hombre cubierto de sangre en su gabinete de trabajo. El Conde de Artois le contó entonces lo que había visto y parecía coincidir con el mismo momento de la sobrenatural visita.
El rey Luis XVIII de Francia retratado en su gabinete de trabajo del Palacio de Las Tulerías.
Luis XVIII no se inquietó en absoluto por aquella aparición. Sin embargo, el rey moriría días después al degradarse inexplicablemente su estado de salud.
¿Fue el rey víctima de una enfermedad psicosomática o de un auténtico caso de aterradora premonición?
El fin de una leyenda
Fotografía de 1871, mostrando en perspectiva el Pabellón Central o del Reloj en ruinas tras el incendio provocado por los comuneros.
La última aparición del inquietante fantasma del Matarife se produciría precisamente en 1871, cuando los comuneros insurrectos parisinos incendiaron intencionadamente el Palacio de las Tulerías. Habían depositado y almacenado una prodigiosa cantidad de pólvora, de alquitrán líquido, de esencia de trementina y de petróleo en los bajos del pabellón central. En consecuencia, aquel gigantesco incendio que duró 3 días, provocó la explosión del pabellón central y, en el momento de hundirse la cúpula, muchos testigos oculares vieron como aparecía en la ventana central de la Sala de los Mariscales, un espectro ensangrentado en medio de aquel infierno en llamas. ¿Era la despedida del Hombre Rojo antes de que desapareciera junto con el palacio de las Tulerías? Quién sabe.
Tags: 1871, apariciones a napoleón, aparte y el fantasma, artois, berry, campan, catalina de medicis, catalina medicis, dama blanca Habsburgo, duende rojo, el louvre, el matarife, esbirro, espectro, espectro tullerias, espectros de las tullerias, hombre rojo, las tullerias, luis xvi, luis xviii, maria antonieta, Misterios de Paris, napoleon bonaparte, napoleon i, palacio, ruggieri