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18 Abr 10

"Se dice que Aníbal, cuando apenas tenía nueve años de edad, había suplicado a su padre, que le
llevase a España. Entonces Amílcar, que estaba preparando por medio  de un  sacrificio a su
ejército para trasladarlo a este pais, llevo a su hijo ante el altar, hizo que sus manos tocaran las
ofrendas y le obligo que jurase hacerse enemigo del pueblo romano..."
                                          (TITO LIVIO, Decadas; Libro XXI)

En 1770, Goya se fue a Roma y sobrevivió mediante sus obras de arte, envía un cuadro al concurso organizado por la Academia de Parma con el tema Aníbal

Aníbal Barca (En púnico, Hani Ba’al —«gracia de Baal»— Barqā —«el rayo»—) (* 247 adC – † 183 adC), hijo de Amílcar Barca, fue un general cartaginés perteneciente a la dinastía Bárcida, que destacó por sus campañas contra los romanos. Está considerado uno de los líderes militares más importantes de la Historia por sus excepcionales habilidades en la táctica y la estrategia en el campo de batalla.

Aníbal cruzando los Alpes. Museo Capitolino, Roma

219 a.C. Tras la derrota de la !ª Guerra Púnica, que le costó a Cartago la pérdida de Sicilia, los cartagineses vinieron a la Península Ibérica a a establecerse y resarcirse con sus minas y otros productos, de la enormes pérdidas y del tributo que Roma les había impuesto.
Cartago Nova se fundó en 228 a.C. Solo nueve años después, Aníbal estaba a las puertas de Sagunto.
libreria@sanzytorres.com

A la muerte de Amílcar en 228 aC, Asdrúbal el Bello quedó al mando del ejército cartaginés en Iberia y, asesinado éste en 221 adC, el ejército eligió a Aníbal como general. Sin embargo, como sucediera con Asdrúbal, en Cartago el nombramiento fue mal recibido entre los aristócratas, denominados “Los Viejos”, defensores del nombramiento de Hannón el Grande, ya que consideraban que era peligroso convertir el mando del ejército en un cargo hereditario y más cuando lo ostentaban miembros de una familia demócrata, como era el caso de los Barca. A pesar de ello, el Consejo púnico confirmó el nombramiento hecho por la tropa.Vistas las dificultades finalmente superadas de su nombramiento, Aníbal decidió lanzarse a realizar conquistas que demostraran su pericia en el mando y saciaran la sed de oro de los ambiciosos aristócratas que tanto habían desconfiando de la oportunidad de su mando. Recorrió el interior de la península ibérica durante dos años alcanzando con su campaña renombre militar, la confianza de sus soldados y tesoros inmensos para Cartago, llegando de esta manera a una situación en la que sí podría enfrentarse a los romanos. Para evitar una inminente confrontación entre Roma y Cartago, Asdrúbal, yerno de Amílcar Barca y general de los ejércitos cartagineses a la muerte de éste, estableció un tratado por el cual no se podía extender la influencia cartaginesa más allá del norte del río Ebro. La alianza entre Roma y Sagunto, firmada posteriormente al tratado, vulneraba este tratado debido a estar la ciudad en la órbita de influencia cartaginesa. Esa es la razón por la que Aníbal atacó Sagunto en el año 219 adC, provocando el estallido de la contienda.

La oportunidad se presentó a las puertas de Sagunto, entonces aliada de Roma, la misma ciudad que casi veinte años antes su padre había respetado al considerar que Cartago no se encontraba aún preparada para la guerra. Enfrascada en un pleito sobre los límites territoriales con Túrbula (la actual Teruel) atacaron a territorios pertenecientes a Cartago y Aníbal, con la autorización del Consejo cartaginés, respondió a las agresiones destruyendo por completo la ciudad en el año 219 a.C. tras un sitio que se prolongó durante ocho meses.

Aprovechando este hecho como excusa, una embajada de Roma declaró la guerra contra Cartago, una guerra que estaba planeada hacía mucho tiempo, pero que había sido postergada por el escaso apoyo popular romano. Aníbal le confió la defensa de Iberia a su hermano Asdrubal y partió en la primavera del 218 a.C, con 100.000 infantes, 12.000 caballos y 50 elefantes a la conquista de Roma. Su ejército estaba formado por libios (africanos) y mercenarios íberos que se habían ido uniendo al ejército cartaginés a medida que, primero su padre, luego Asdrúbal, y finalmente el propio Aníbal, conquistaran el territorio. De esta forma, Aníbal pretendía desviar el golpe mortal que recaería sobre la metrópolis cartaginesa mediante un ataque desesperado directo al corazón de la República Romana.

Dirigiéndose hacia el norte, llegó a vadear el rio Ebro, frontera con el territorio romano, sin hallar resistencia entre los pueblos que encontró a su paso. En este punto confió a Hannon 11.000 hombres para mantener las comunicaciones entre el Ebro y los Pirineos , lugar hasta el que continuó, atravesándolo y avanzando luego hasta el rio Rodano. A pesar de sostener algunos combates con los galos que encontró a su paso, consiguió firmar pactos con algunos de ellos, ofreciéndoles las riquezas que encontraran más allá de las montañas.

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Hacia Roma [editar]

Ruta de Aníbal en su invasión de Italia

Ruta de Aníbal en su invasión de Italia

A medida que avanzaban hacia Roma, la infantería de Aníbal se redujo a la mitad, mayoritariamente por la deserción de algunas tropas novatas ibéricas que se habían unido a último momento motivadas por la fama adquirida por el estratega luego de sus victorias. Cuando Aníbal estaba preparando a sus tropas para cruzar el Ródano, un gran contingente de volcos, que habitaban en las cercanías del río, se situó en la otra orilla con la intención de evitar que los cartagineses cruzaran el río. Consciente de que por la fuerza no podría cruzar el río, Aníbal envió a Hannón con un destacamento de mercenarios íberos río arriba, con el fin de que cruzasen el río sin ser vistos y sorprendieran por la retaguardia a los volcos.

Así, remontaron el río hasta un lugar donde era menos profundo y al día siguiente, estas tropas bajaron hasta el campamento enemigo, cayendo sobre él y ahuyentando a los celtas, al tiempo que Aníbal cruzaba el Ródano. Aprovecho para hacer alianzas y para conseguir provisiones para el paso de los Alpes.

A finales de octubre Aníbal llegó al nacimiento del río Isère, al pie de los Alpes, emprendiendo sin demora la ascensión a las altas y nevadas cumbres. Desde una de ellas (quizá el monte Ginebra, el Col d’Argentière o acaso el monte Cenis) el general mostró a los suyos la llanura del Po y las campiñas romanas; nadie hasta entonces había cruzado por tales lugares con un ejército. Veinte siglos después, Napoleón conseguiría repetir tal hazaña.

A pesar de la oposición de los nativos (galos cisalpinos) y de la dureza del descenso, logró cruzar los Alpes pisando por fin suelo romano, dando al traste con los intentos de los romanos de mantener su territorio al margen de la guerra. Pero las bajas habían sido terribles; no quedándole más que 20.000 infantes y 6.000 caballos para hacer frente a un pueblo que podía oponerle un ejército de 80.000 soldados.

Tras un pequeño descanso para reparar su exhausto ejército, se enfrentó a los taurinos (de Taurini, la actual Turín), derrotándoles y prosiguiendo su avance a lo largo del río Po obligando a los romanos a evacuar la Lombardía por la superioridad de su caballería. La mayor parte de los galos cisalpinos (celtas), que conservaban el resquemor de la reciente derrota sufrida a manos de los romanos, se incorporaron al ejército de Aníbal, sobre todo tras su victoria en la batalla del Trebia, río afluente del Po, en diciembre de (219 adC) en las cercanías de Placencia, primera batalla formal entre Aníbal y los romanos de la Segunda Guerra Púnica.

Tras la victoria y asegurada su posición, Aníbal decidió acuartelar sus tropas para invernar, pero sospechando la deserción de los galos, determinó atravesar los Apeninos buscando al sur una base de operaciones más segura. Marchó en primavera de 217 adC sobre Arezzo, tan pronto como se lo permitió la estación, siguiendo los caminos pantanosos a lo largo de los ríos Arno y Clani que se encontraban en aquella época del año casi intransitables. A causa de un poco de barro, perdió un ojo y durante un tiempo fue llevado a lomos del único elefante que le quedaba tras el paso de los Alpes y las batallas con los romanos, su elefante Surus.

Aníbal Barca según representación de François Girardon en 1704, situado en el Patio Puget del Louvre. Aníbal se representa contando los anillos romanos tomados en la batalla de Cannas, el 216 adC

Aníbal Barca según representación de François Girardon en 1704, situado en el Patio Puget del Louvre. Aníbal se representa contando los anillos romanos tomados en la batalla de Cannas, el 216 adC

Atravesados los Apeninos y después de derrotar en la batalla del lago Trasimeno al cónsul Flaminio, que pereció en la batalla, avanzó hacia Roma, donde Quinto Fabio Máximo había sido nombrado dictador. En su avance derrotó a Marco Minucio Rufo y luego, en la batalla de Cannas en agosto de 216 adC, derrotó a los cónsules Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo recientemente nombrados y a su poderoso ejército de 80.000 legionarios con un ejército de tan sólo 30.000. Ese mismo año, tras un largo sitio, conquistó Capua, la segunda ciudad más grande de Italia, convirtiéndola en su nueva base.

A pesar de sus victorias no pudo aún marchar sobre Roma, que podía resistir un largo sitio gracias a sus murallas y su constante aprovisionamiento por mar. Tampoco era viable el asedio de la ciudad, porque Aníbal carecía de material de asedio y hombres suficientes. De modo que envió a su hermano Magón a solicitar refuerzos a Cartago. La respuesta, por boca de Hannón el Grande, no pudo ser más desalentadora: Si Aníbal es vencedor, no los necesita; si es vencido, no es digno de ellos, así Hannon demostraba su odio a Aníbal sin importarle el daño que le hacía a su patria. Sin ayuda exterior, su posición en el sur de Italia se fue dificultando, al tiempo que su objetivo de conquistar Roma se tornó cada vez más remoto. Por otra parte, le resultaba cada vez más difícil defender a los pueblos que habían estado bajo el yugo romano y que ahora se aliaban con Aníbal porque veían en él a su libertador dada la falta de efectivos. En los años siguientes ocupó las ciudades de Tarentum (actual Tarento) en 211 adC y Samnium en 210 adC, aunque también sufrió algunos reveses, como la pérdida de Capua.

Regreso a Cartago [editar]

Con la pérdida de Tarentum (actual Tarento) en 209 adC y la gradual reconquista romana, su posición en el sur de Italia estaba perdida. En 207 adC, Aníbal volvió sobre Apulia, donde quería concentrar sus fuerzas en espera de la llegada de su hermano Asdrúbal para lanzarse sobre Roma. Pero su hermano, aunque logró entrar en Italia, fue derrotado, falleciendo en el combate. Enterado, Aníbal se replegó en las montañas a esperar refuerzos; sin embargo, el resultado de la guerra, extendida ya por España y Sicilia, se fue tornando favorable a los romanos. El joven cónsul Publio Cornelio Escipión El Africano, que consiguió someter Sicilia y posteriormente Hispania , decidió trasladar la guerra a África para alejar a los cartagineses de Roma. Cartago, viéndose en peligro llamó a Aníbal que acudió, no sin antes saquear por el camino el tesoro público de muchas ciudades, dando así rienda suelta a su ira por tener que abandonar la lucha que durante 16 años había mantenido en tierra ajena sin lograr su propósito.

Una vez en Cartago, consciente del peligro que acechaba la ciudad, rehusó el enfrentamiento a pesar de las críticas del Consejo y se reunió con el general Escipión en la ciudad de Zama, 160 km al sur de Cartago, para negociar la paz, pero ante la falta de acuerdo los generales se retiraron a sus campamentos. Poco después, en el campo de batalla cercano a la citada ciudad, el ejército cartaginés cayó derrotado por la gran superioridad de la caballería romana (202 adC). Tras la derrota, el Consejo, por iniciativa de Aníbal, envió embajadores para que aceptasen el convenio de paz ofrecido por Roma, con lo que finalizaba la Segunda Guerra Púnica.

De regreso a Cartago, Aníbal se hizo nombrar sufete, equivalente al cónsul romano, cargo desde el que mostró sus dotes de estadista llevando a cabo algunas reformas por el bien de la república, como por ejemplo, poner coto a los abusivos tributos exigidos por Roma para la firma de la paz, de forma que pudieran satisfacerse a plazos sin necesidad de imponer al pueblo impuestos adicionales extraordinarios. Siete años después de la derrota de Zama, los romanos, recelosos de la nueva prosperidad de Cartago, enviaron embajadores a la ciudad; intuyendo Aníbal que pretendían que se les entregase su persona, embarcó en secreto para refugiarse en la corte de Antíoco III, en Siria.

Recreacion de un artista.

Captado el afecto del rey, pensó en coaligarlo con Filipo V de Macedonia y los cartagineses para invadir Italia por segunda vez. Con el propósito de informar a sus amigos del plan, envió un hombre a Cartago. Sin embargo, el plan fue descubierto y su emisario obligado a huir mientras la República renovó sus promesas de lealtad a Roma.

Cornelio Nepote afirma que tres años después de su huída de Cartago, Aníbal se acercó con cinco barcos a las costas deCirene para inducir a los cartagineses a la guerra contra Roma, pero que fracasado su proyecto, volvió a Siria.

En el año 190 a.C., Antíoco es derrotado en una batalla de la desembocadura del rio Eurimedonte, en Altalya, Turquia.

Tras la derrota de Antíoco en Sipilo, Roma impuso la entrega de Aníbal como condición para la firma de la paz.

Avisado por Antíoco, Aníbal huyó a Bitinapara ponerse bajo la protección de

su rey, Prusias. Sin embargo, Roma consiguió descubrir el destino de su mortal enemigo, enviando una embajada de la que formó parte Flaminio, para solicitar de Prusias la entrega de Aníbal.

Temeroso de la reacción que pudiera causar en Roma una negativa, pero sin querer faltar al deber de la hospitalidad, Prusias accedió pero diciéndoles a los embajadores que procediesen ellos mismos a su captura, ya que no les sería difícil encontrar su morada.

La encontraron y rodearon con soldados todas las salidas del castillo. Aníbal, enterado de que no había escapatoria, tomó un veneno que siempre llevaba en su anillo y pronunció sus últimas y célebres palabras

Libremos a Roma de sus inquietudes, ya que no sabe esperar la muerte

de un anciano.

Ese mismo año, en Italia fallecería también Escipión.
(1)El nombre púnico de “ciudad nueva”, no se sabe si fue en recuerdo de la antigua ciudad ibérica: Mastia o de Carthago, con el mismo nombre e idéntico significado; los griegos lo tradujeron en Kaine Polis, también Karthagedon (Karchedon), a veces Karthagedon Nea; los romanos lo romanizaron en Carthago Nova; el nombre de Cartagena viene a través del acusativo Chartaginem

Bibliografía

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9 Jul 09

Última Hora

Londres, 8 jul (EFE).- El óleo sobre lienzo “Prometeo”, del pintor tenebrista español José de Ribera (1591-1652), batió hoy un récord en una subasta en Londres, donde también destacaron Francisco de Goya (1746-1828) y Francisco de Zurbarán (1598-1664). Seguir leyendo el arículo

La obra de Ribera se adjudicó por 3,84 millones de libras (4,45 millones de euros) y, según confirmó a EFE un portavoz de la casa de subastas, “es un nuevo récord para el artista”.

Además, el “Retrato ecuestre de Don Manuel Godoy, duque de Alcudia” (1794), de Goya, se vendió por 2,61 millones de libras (3,3 millones de euros) y se erigió en la “tercera obra más cara de Goya vendida en subasta”, según la firma.

De Zurbarán se adjudicó en esa segunda subasta el “Retrato del doctor Juan Martínez Serrano”, por 825.000 libras (957.000 euros).

El óleo de Ribera se convirtió en su obra más cara al pulverizar su anterior marca, que ostentaba “El martirio de San Bartolomé”, por el que se pagaron 2,75 millones de libras (3,19 millones de euros) también en la sede londinense de Sotheby’s en julio de 1990.

Según informaron los subastadores en un comunicado, el récord supone “un importante hito para la obra de José de Ribera, conocido como El Españoleto”.

“Un total de ocho interesados en la sala y por teléfono pujaron animadamente, fulminando la estimación anterior a la venta de 800.000-1.200.000 libras (900.000-1.350.000 euros)”, agregó la nota.

El cuadro de Ribera, de gran tamaño (193,5 por 155,5 centímetros), aborda un tema mitológico y es una representación de Prometeo, el titán que se atrajo las iras de Júpiter al robar el fuego para dárselo a los hombres.

El óleo pertenecía a Barbara Piasecka Johnson, viuda de J. Seward Johnson, uno de los fundadores de la firma de productos médicos y farmacéuticos Johnson and Johnson, que vendió hoy parte de su rica colección de arte del Renacimiento y el Barroco.

El “Prometeo” constituye “una de los obras más dramáticas y violentas” del pintor valenciano en cuanto a la composición, según el catálogo de la subasta.

En el óleo, el titán amigo de los mortales, aparece de perfil, completamente desnudo, encadenado a una roca, gritando de dolor, y con una gran herida en el costado causada por los picotazos del águila que bajaba diariamente a comerle el hígado.

Según Sotheby’s, el cuadro es el primero de un grupo de obras inspiradas en los titanes que Ribera pintó en la década de los treinta del siglo XVII, de los que sólo se conservan tres originales: los otros dos están en el madrileño Museo del Prado.

En cambio, la obra de Goya, “Retrato ecuestre de Don Manuel Godoy, duque de Alcudia”, se quedó lejos del récord del maestro aragonés, que corresponde a “Suerte de varas”, vendido en diciembre de 1992 en Sotheby’s en Londres por 4,95 millones de libras.

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Goya, “Retrato ecuestre de Don Manuel Godoy, duque de Alcudia”El cuadro, que mide 55,2 por 44,5 centímetros, representa a Manuel Godoy, el valido del rey español Carlos IV, a caballo y está inspirado en el retrato ecuestre de Felipe IV de Diego Velázquez, un pintor muy admirado por el genial aragonés.

Godoy aparece en el cuadro vestido con el uniforme de la Guardia Real de Corps y durante años se pensó que era el primer retrato que hizo del valido, hasta que unas radiografías demostraron que había otro anterior.

En cuanto a Zurbarán, su “Retrato del doctor Juan Martínez Serrano”, un óleo de gran formato -193 por 107 centímetros-, superó el precio mínimo estimado (800.000 libras) por los subastadores.

Martínez Serrano era un eclesiástico y profesor de Segovia, nacido en 1578 y fallecido en 1653, que ocupó una cátedra de teología en el Colegio Mayor de San Salvador, en Sigüenza.

La mayoría de los expertos fechan el retrato entre 1630 y 1640 y algunos suponen que Zurbarán lo pintó durante su estancia en Madrid en 1634, cuando se dedicó a decorar el Salón Grande del Nuevo Palacio del Buen Retiro.

Hay quien, sin embargo, lo considera un retrato póstumo encargado al pintor por el Colegio en honor de tres profesores fallecidos, por lo que se cree que el artista extremeño lo habría pintado en su última etapa madrileña, entre 1658 y 1664.

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20 Jun 09

Carlos IV, un orfebre en el Palacio Real

Una exposición de Patrimonio Nacional muestra la grandeza de las piezas recopiladas por el rey mecenas

Palacio Real,Madrid,España

http://www.sigojoven.com/user_images/2935-palacio_real_de_madrid.JPG?1240479674

Ampliación sobre una noticia original de RAFAEL FRAGUAS - Madrid - 19/05/2009

El visitante que acude al Palacio Real de Madrid a contemplar la exposición Carlos IV. Mecenas y coleccionista, experimenta en sus sentidos percepciones potentemente evocadores de una época fenecida -el tránsito del siglo XVIII al XIX- bien que, por la magnificencia de las creaciones artísticas expuestas al público, pareciera revivir allí en todo su esplendor.

La familia de carlos IV, Francisco de Goya

http://casl.umd.umich.edu/hum/spanishco/15.Fabrica_Tapices_y_Goya/images/135Goya.FamCarlosIV.51271c.jpg

Artífice de tal fasto fue Carlos Antonio de Borbón, rey de España entre 1788 y 1808 y príncipe de Asturias durante las dos décadas previas.

La noticia en otros webs

File:Stradivarius violin, Palacio Real, Madrid.jpg

Violín de Antonio Stradivarius, Palacio Real de Madrid (Wikipedia)

Un Stradivarius (Stradivari es el plural, en italiano) es un instrumento de cuerda construido por un miembro de la familia italiana Stradivari.

Los instrumentos de Stradivarius son muy valorados por los intérpretes más importantes del mundo y por los coleccionistas de antigüedades. Las características sonoras e individuales de estas obras de arte son consideradas únicas, y a menudo los instrumentos se identifican por el nombre de alguien, generalmente un músico famoso que fue su propietario o que simplemente lo utilizó en algún momento para sus interpretaciones.

Archivo:Antonio stradivari.jpg

Antonio Stradivari examinando un instrumento, en una impresión romántica del Siglo XIX(Wikipedia)

Antonio Stradivari (1644 - † 18 de diciembre de 1737) fue el más prominente luthier italiano. La forma latina de su apellido, “Stradivarius“, algunas veces truncada como “Strad”, se utiliza para referirse a sus instrumentos.

Antonio Stradivari nació en 1644[1] en la ciudad de Cremona, Italia. Hijo de Alessandro Stradivari y Anna Moroni. Entre los años 1667 y 1679 fue probablemente aprendiz en el taller de Niccolò Amati.

En 1680 se instaló por su cuenta en la Piazza San Domenico de Cremona, en el mismo edificio que su maestro, y pronto adquirió fama como hacedor de instrumentos musicales. Comenzó a mostrar originalidad, y a hacer alteraciones a los modelos de violín de Amati. El arco fue mejorado, los espesores de la madera calculados más exactamente, el barniz más coloreado, y la construcción del mástil mejorada.

Sus instrumentos se reconocen por la inscripción en latín: Antonius Stradivarius Cremonensis Faciebat Anno [año] («Antonio Stradivari, Cremona, hecho en el año…»). Se considera en general que sus mejores violines fueron construidos entre 1683 y 1715, superando en calidad a los construidos entre 1725 y 1730. Después de 1730, muchos violines fueron firmados Sotto la Desciplina d’Antonio Stradivari F. in Cremona [año], y fueron probablemente hechos por sus hijos, Omobono y Francesco.

Además de violines, Stradivari construyó arpas, guitarras, violas y violoncellos, más de 1.100 instrumentos en total, según estimaciones recientes. Cerca de 650 de ellos se conservan actualmente.

Antonio Stradivari murió en Cremona el 18 de diciembre de 1737, y fue sepultado en esa ciudad.

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Sus instrumentos son reconocidos entre los más bellos creados, son de alto precio, y todavía son utilizados por intérpretes profesionales. Únicamente otro luthier, Giuseppe Guarneri, inspira el mismo respeto entre los violinistas.

El 6 de mayo de 2006 Christie’s subastó un violín Stradivarius llamado “Hammer” en la suma récord de 3.544.000 dólares, la mayor suma pagada por un instrumento musical. Fue adquirido telefónicamente por un comprador anónimo. El récord previo en una subasta por un Stradivarius fue 2.032.000 dólares, por el “Lady Tennant”, en Christie’s, Nueva York, en abril de 2005 .

Otro famoso Stradivarius es el “Davidoff”, un violoncello, actualmente propiedad de Yo-Yo Ma, y el “Duport”, violoncello propiedad de Mstislav Rostropóvich. El violín “Soil”, de 1714, propiedad del virtuoso Itzhak Perlman, está considerado entre los mejores de los Stradivarius. El “Condesa Poulignac” es utilizado por Gil Shaham.

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Colecciones

Hay sólo dos colecciones de Stradivarius de acceso público: la del rey de España, que incluye dos violines, dos violoncellos y una viola, exhibidos en las Salas de Música de la Real Biblioteca del Palacio Real de Madrid, y la colección de la Biblioteca del Congreso, en Washington, que contiene tres violines, una viola y un violoncello.

La Orquesta sinfónica de Nueva Jersey tiene la mayor cantidad de Stradivarius en su sección de cuerdas, adquiridos a la colección Herbert Axelrod en 2006.

El Museo Nacional de Música de Vermillion, Dakota del Sur, tiene en su colección una de las dos guitarras conocidas de Stradivari, una de las once violas da gamba (más tarde modificada en forma de violoncello), una mandolina y un violín.

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El monarca español Carlos IV fue considerado el mayor coleccionista de la Europa de su tiempo, fines del siglo XVIII y principios del XIX.

http://www.cult.gva.es/mbav/data/1081.jpg

Carlos IV de España

h. 1789
Óleo sobre lienzo, 130.5 x 84 cm
Donación del autor a la Academia de San Carlos.
Nº inv. 1081

www.cult.gva.es/mbav/data/es06133.htm

Once salas dan cuenta de la excelencia de sus colecciones , seleccionados por el príncipe y luego monarca con un despliegue de obras de arte que requeriría muchas horas ante cada una de ellas.

La exposición, surtida de piezas procedentes de los fondos del Patrimonio Nacional, Museo del Prado, Museo Arqueológico Nacional y algunas colecciones privadas, tiene como comisarios a Javier Jordán de Urríes y José Luis Sancho.

http://faculty-staff.ou.edu/L/A-Robert.R.Lauer-1/carlos4spain1748.jpg

María Luisa de Parma y su familia

El recreo sensorial halla múltiples estímulos. De una bruñida silla de manos de la reina María Luisa de Parma, el olfato recibe el aroma hondo de la caoba de una madera cuyas irisaciones embrujan también la mirada, atraída además por el destello de sedas diseñadas por Muñoz de Ugena o por la pedrería incrustada en un dosel imperial de color verde suave y cuatro metros de altura, empleado en comparecencias públicas por la reina.

El Quitasol, Francisco de Goya

La vista goza asimismo al comprobar la pureza cromática de El Quitasol y La feria de Madrid,

La feria de Madrid, Francisco de Goya

dos de los más célebres tapices confeccionados con sendos cartones de Francisco de Goya, o la de una serie de bellísimos cuadritos de un políptico del maestro Juan de Flandes, que perteneció a Isabel de Castilla y que el monarca nacido en Nápoles en 1749, Carlos Antonio de Borbón -hijo de Carlos III-, incorporó a su ornato más cercano.

© oronoz (www.oronoz.com)

MADRID PALACIO REAL-PINTURA POLIPTICO DE ISABEL LA CATOLICA - PRENDIMIENTO - JESUS ANTE CAIFAS Obra de FLANDES JUAN DE 1465-1519.Foto Oronoz, -http://www.oronoz.com/leefoto.php?referencia=112049&usuario

La evocación se enriquece igualmente ante lienzos como el Martirio de San Andrés, de Bartolomé Esteban Murillo (hacia 1680),

http://3.bp.blogspot.com/_wDyx_4vBXxE/SY7KP5uzujI/AAAAAAAAAcw/lPBSmiY5Qxg/s400/martirio+de+san+andr%C3%A9s-juan+de+roelas.jpg

Martirio de San Andrés, de Bartolomé Esteban Murillo (hacia 1680),

más bodegones del impar Luis Meléndez o retratos reales cuajados de maestría surgidos de los pinceles de Antón Rafael Mengs, cuyo academicismo le situó en el más alto rango de la pintura neoclásica europea de su tiempo, el último tercio del siglo XVIII.

El sentido del oído evoca sus mejores timbres ante un violín de Antonio Stradivari, hecho en Cremona en 1709, adquirido en un quinteto de estos bellísimos instrumentos por orden del joven príncipe y que hoy, como conjunto único en el mundo, atesora el Palacio Real de Madrid.

De la intimidad devocional del monarca da cuenta un oratorio portátil que exhibe su retablo pintado por Francisco Bayeu, su talla en madera por el ebanista José López y su bordado, recamado en oro, obra de la diestra aguja de Manuel López de Robredo.

Estos ajuares sensorialmente tan gratos fueron encargados o adquiridos por Carlos Antonio de Borbón, hijo de la alemana María Amalia de Sajonia y de Carlos VII de Nápoles, luego III de España. Bondadoso y diligente, Carlos IV accedió al trono por la discapacidad mental del primogénito de sus hermanos, el príncipe Felipe Pascual. Su infancia, de la que da cuenta la primera sala de la exposición, discurrió en la luminosa Italia meridional hasta la edad de diez años -fecha de su traslado a España- donde se perfilaría una sensibilidad artística que llegaría a convertirle en el más acreditado de los monarcas-mecenas europeos de su época, protector de las bellas artes y, sobre todo, impulsor y recolector de la ornamentación áulica.

La curiosidad infantil le había aproximado a los talleres que en Capodimonte y en Caserta proveían los sistemas de adornos suntuarios de los palazzos reales. Ya en la adolescencia, sus aficiones por la relojería y la ebanistería le harían instalarse gabinetes propios en Madrid y trasladar sus encargos allá donde consumía la mayor parte de su tiempo como príncipe heredero: las llamadas Casitas de los Reales Sitios de Aranjuez, San Lorenzo de El Escorial y, sobre todo, El Pardo, recién restaurada yabierta al público por Patrimonio Nacional en una actuación de envergadura.

Como príncipe de Asturias, el heredero de Carlos III pasaría 20 años a la espera de un trono que ocuparía entre 1778 y 1808, una de las etapas más densas de la historia de España, de cuya dramaticidad quien sería conocido como El rey relojero no acabaría de percatarse plenamente, a tenor de su abducción política y militar primero por su valido -y presumible amante- Manuel Godoy y luego por Napoleón Bonaparte.

De las aficiones ornamentales de Carlos IV participó María Luisa de Parma, desde cuando ambos eran príncipes de Asturias, algunos de cuyos mejores retratos la exposición muestra. Por cierto, su faz desdentada así retratada por Goya no implicaba en la época signo de decrepitud, como se ha interpretado; más bien era expresión de plenitud femenina. Y ello habida cuenta de que la falta de dientes en las mujeres se consideraba entonces muestra de maternal y prolífico vientre. Era el caso: se sabe que María Luisa tuvo hasta 24 embarazos.

Carlos IV encargó y reunió extraordinarias colecciones de relojes, pinturas, muebles, cerámicas y marfiles, que esparció con suntuoso concepto y atinada largueza por El Pardo y San Lorenzo y Aranjuez, ahora reunidos. Por ello, el gozo de los sentidos acompaña al visitante a través de las once salas donde tantos tesoros se exhiben y cobran su plenitud en un ubérrimo dessert de varios metros de longitud que recrea en miniatura el Foro romano. Esculpido en mármol, con bronces y piedras duras, destella una armonía de proporciones, disposición y policromía digna de duradero recuerdo y expresión del sublime buen gusto de un monarca cuya sensibilidad, desafortunadamente, no encontró parangón político al haber sido su vocación más la de un apacible mecenas burgués que la de rex de un imperio, todavía, universal.

Carlos IV. Mecenas y coleccionista. De lunes a sábado, de 9.00 a 18.00. Domingos y festivos, de 9.00 a 15.00. Palacio Real. Gratis. Hasta 19 de julio. www.patrimonionacional.es

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Los comisarios de la Exposición Javier Jordán de Urríes, conservador del Real Sitio de Aranjuez, y José Luis Sancho, historiador de Patrimonio Nacional, resaltaron en la presentsción de esta muestra singular que el monarca realizó muchos de los encargos a los Talleres Reales, como la decoración de los Salones Gasparini del Palacio Real de Madrid, lo que impulsó y potenció de forma especial la actividad de los mismos. La colaboración de otras entidades españolas y extranjeras como el Museo de la Casa de la Moneda, el Instituto Geográfico Nacional, el Museo Nacional del Prado, el Arqueológico Nacional, la Biblioteca Nacional o la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, el Palazzo Reale di Caserta y la Gallería Nazionale de Parma de Italia, han permitido que en esta muestra se puedan admirar muchas y relevantes piezas que de otro modo no sería posible contemplar si no es con motivo de una conmemoración como ésta.

La Formación del Príncipe es el tema al que se dedica la primera sala. Encontramos aquí varios retratos entre los que destaca Carlos III, Rey de España, de Mariano Salvador Maella o la obra de Anton Rafael Mengs María Amalia de Sajonia y Carlos Antonio de Borbón, príncipe de Asturias. Piezas de marfil como La Modestia y el Desengaño que habitualmente se exponen en La Casita del Príncipe del Real Sitio de El Escorial y documentos como el Índice de la Librería del serenísimo señor D. Carlos Antonio Príncipe de Asturias que se encuentra depositado en la Real Biblioteca.

En la sala segunda se exponen piezas siendo ya Príncipe de Asturias el primogénito de Carlos III. Un total de diez óleos, entre los que destacan obras de Mengs, Bayeu, o Mariano Salvador Maella, bronces de Luigi Valladier resaltando los que representan los templos de Flora, Minerva y Mercurio, y uno de los violines realizado en 1709 por Antonio Stradivarius y que pertenece a la Colección Palatina.

La tercera sala propone una actividad centrada en un ámbito más privado: la religiosidad. Aquí encontramos un total de once obras entre altares y bronces de esta temática y el Oratorio Portátil de los Príncipes de Asturias realizado por Francisco Bayeu en su parte pictórica, Juan López de Robredo como bordador y José López como ebanista. También de Bayeu destaca el Boceto del fresco para el presbiterio del Oratorio de Carlos IV en el Palacio Real de Aranjuez.

La siguiente sala recoge aspectos constructivos y decorativos que se relacionan con el Palacio de El Pardo como el Alzado principal del Real Palacio de El Pardo, planos como el de la Planta del Piso principal o los tapices La feria de Madrid y El quitasol confeccionados en la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, según los cartones diseñados por Goya.

En la quinta sala, dedicada a las Casas de Campo del Príncipe en el Escorial y El Pardo, se exponen los diseños realizados por Jean Demosthène Dugourc para la decoración de la Casita de El Pardo, o piezas de mobiliario como las consolas de Vicente Gómez , diseñador, José López, ebanista, y Tomás de Castro, tallista, que realizaron muchas y bellas piezas para su amueblamiento. También podemos contemplar un Reloj de Jaula realizado en bronce dorado, esmaltes y porcelana que se encuentra habitualmente en el Palacio de El Escorial.

La sexta sala aborda la Colección de Pintura del Príncipe. De las trece obras expuestas se pueden destacar El Políptico de Isabel la Católica, obra de Juan de Flandes con escenas sobre La Multiplicación de los Panes y los Peces, la Cena en Casa de Simón el Fariseo o el Descenso del Limbo; de Bartolomé Esteban Murillo El Martirio de San Andrés un óleo procedente de los fondos del Museo del Prado.

El recorrido de la Exposición continúa en la sala que contempla la influencia francesa con piezas decorativas como candelabros, jarrones de Sévres, relojes, pantallas de chimenea, obras de reputados broncistas o relojeros como François-Louis Godon. Por su parte Xavier Hindemeyer y Pierre Auguste Forrestier, ebanista y broncista, respectivamente, son los autores de la silla expuesta que decora la Real Casa de El Labrador de Aranjuez.

Una de las tendencias de la época era la vuelta a los clásicos, o cultura anticuaria. En la sala octava como exponente de este gusto por lo antiguo nos encontramos con trece piezas que abordan temas mitológicos o pompeyanos: libros, porcelanas de la Fabrica del Buen Retiro y colgaduras.

La costumbre de la realeza de utilizar la iconografía para divulgar su imagen de gobernantes es el tema al que se dedica la novena sala. Podemos contemplar unos retratos de Carlos IV y de su esposa María Luisa de Parma, obras de Mariano Salvador Maella, óleos que están depositados en el Monasterio de La Encarnación y que para esta ocasión se han trasladado desde su ubicación habitual. De Francisco de Goya podemos contemplar otros dos retratos de los soberanos procedentes de la Real Academia de la Historia y de Agustín Esteve una copia de los retratos de Goya antes citados realizados en lápiz negro sobre un papel agarbanzado procedente de la Calcografía Nacional.

En la décima sala de la exposición encontramos piezas muy destacadas del arte cortesano y que en su mayoría están depositadas en las Casas del Recreo del Rey. Sobresalen piezas de mobiliario: banquetas, sillas una rinconera, relojes y esculturas que habitualmente decoran las Casitas y el Palacio Real de Madrid.

La última y undécima sala se divide en dos partes. En la primera nos encontramos con el máximo exponente del Arte de Corte que se realizaba en la época de Carlos IV: Óleos de Francisco de Goya, el Milagro de San Antonio y La Gloria, bocetos realizados para la decoración de la Cúpula de la Ermita de San Antonio de La Florida. Piezas textiles como colgaduras, cortinas, sobremesas en cuya confección y diseño participaron reputados artífices o un piano obra de Francisco Flórez. La segunda parte muestra las obras que Carlos IV encargó en su etapa de exilio en Roma.

El catálogo con motivo de la Exposición está editado conjuntamente por Patrimonio Nacional y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales. En él encontraremos interesantes artículos de los Comisarios: “El gusto de Carlos IV en sus casas de Campo” de Javier Jordán de Urríes y de la Colina y el de José Luis Sancho, “Las artes en la corte de Carlos IV y María Luisa”. Por su parte Pilar Benito, conservadora del Palacio Real de Madrid escribe sobre las artes textiles en su texto “Fiebre de seda en los palacios de Carlos IV” y José de la Mano nos ilustra sobre la iconografía en su artículo “Hacia las parejas reales de Goya: Evolución de la iconografía oficial de Carlos IV”. Incluye asimismo breves estudios redactados por los comisarios sobre cada sección que comentan las correspondientes piezas. Las fichas técnicas están realizadas por los comisarios, conservadores de Patrimonio Nacional y especialistas de arte.

Palacio Real de Madrid
Del 22 de Abril al 19 de Julio de 2009.

Fotografías

161. Carlos IV, de espaldas, 1818
Juan Bauzil.
Óleo sobre lienzo, 28 x 21 cm.
El Escorial, Casa de campo del Príncipe, Patrimonio Nacional, inv. n.º 10033108.
Esta extravagante imagen que siluetea la fisonomía de Carlos IV,aún de espaldas,resulta inconfundible. Sin embargo, Juan Bauzil, antiguo pintor de cámara de miniatura del rey, hubo de ejecutar esta efigie apelando a su memoria visual, o inspirándose en retratos goyescos del monarca, pues la imagen está fechada y dedicada a su hijo Fernando VII el 8 de diciembre de 1818, un mes y once días antes de que el Rey padre falleciese en Nápoles. Este conmovedor retrato nos evoca la situación vital de Carlos IV en el exilio, al tener que abandonar precipitadamente los amados palacios y las preciadas posesiones de sus casas de campo que tanto se preocupó de alhajar, tras la abdicación y precipitada partida del Real Sitio de Aranjuez en 1808

12. Carlos Antonio de Borbón, príncipe de Asturias, 1766

Anton Raphael Mengs.
Óleo sobre lienzo, 152 x 110 cm.
Inscripciones: «963.» pintado en rojo en el ángulo inferior derecho.
Madrid, Museo Nacional del Prado, cat. P2188.
El joven príncipe de Asturias, recién desposado con su prima María Luisa de Parma, fue retratado durante la jornada primaveral de 1766 por el pintor de cámara Anton Raphael Mengs en un idílico paraje identificado en 1781 por José Merlo con «un puesto fijo de los cazaderos de Aranjuez a las orillas del Tajo». La reconocible fisonomía del futuro monarca se muestra dulcificada por la juventud –contaba tan sólo diecisiete años–, y por la idealización noclásica de los pinceles de Mengs, quien tras una fulgurante carrera como pintor de cámara de la Corte de Sajonia, pasaría en 1761 al servicio de Carlos III, introduciendo la novedosa serena belleza de lo clásico en el ambiente artístico de la corte española. Este retrato de caza del Príncipe reúne las características del concepto de la Majestad propia de los Borbones, y presenta, a su vez, la afición por la actividad cinegética y la vida campestre que el futuro rey mantendría toda su vida.

27. Violín, 1709
Antonio Stradivari.
Madera de abeto y arce, con incrustaciones de pasta de ébano y marfil,
35,2 (+ 24,3) x 20,5 x 5 cm.
Madrid, Palacio Real, Patrimonio Nacional, inv. n.º 10076030.
La afición del Príncipe de Asturias por la música de cámara requería dotar a la Real Cámara de Instrumentos de Arco con los ejemplares más refinados de toda Europa. Los instrumentos de cuerda fabricados por Antoni Stradivari (1644-1737) eran los más codiciados en los salones del siglo XVIII,debido al virtuosismo irrepetible de su sonoridad. El denominado Cuarteto Real formaba parte del conjunto que el legendario violero cremonense fabricó con la fallida intención, según la crónica contemporánea, de ofrecérselos a Felipe V durante las campañas italianas de la Guerra de Sucesión.Atesorados en el taller del maestro durante decenios, finalmente ingresaron en las colecciones reales españolas en 1772, adquiridos para el príncipe don Carlos Antonio. El instrumento supondría un placer para los oídos y un deleite para los ojos del Príncipe,
pues presenta un refinado repertorio ornamental inhabitual en los instrumentos de su época, realizado con un fileteado de perlas y rombos de marfil incrustados sobre pasta de ébano, inspirados en motivos de roleos, grifos y animales fantásticos de raíz italiana.

34. Dessert, 1778
Luigi Valadier.
Madrid, Palacio Real, Patrimonio Nacional; y Madrid, Museo Arqueológico Nacional.
Las importantes necesidades suntuarias del Príncipe eran cubiertas por una auténtica red de embajadores y agentes de compras atentos a las últimas novedades y tesoros rescatados en las almonedas de toda Europa. El Conde de Aranda adquirió para el Príncipe en 1786 este magnífico dessert, obra del diseñador adornista de origen francés Luigi Valadier. El tablero, de mármoles de colores e incrustaciones de piedras duras, se sostiene por leonas de bronce y presenta una figuración de templos y arcos romanos de piedras semipreciosas que reproduce en miniatura la monumental perspectiva de un foro romano. La pieza se convirtió en una de los favoritas del ya coronado rey Carlos IV, pues le acompañaba de continuo en las jornadas reales.

67. Consola, 1792-1794Manuel Muñoz de Ugena (diseñador), José López (ebanista),Tomás de Castro (tallista) y Manuel Pérez (pintor).Madera de peral torneada, tallada,policromada y dorada, tablero de mármol pulimentado de cantera leonesa; 88,5 x 106 x 59,5 cm.El Pardo, Casa de campo del Príncipe, Patrimonio Nacional, inv. n.º 10079246.Esta consola pertenece al conjunto de mobiliario concebido unitariamente para el Gabinete de las fábulas de la Casa de campo del Príncipe en El Pardo. Los muebles fueron elaborados por el ebanista de cámara José López según diseños del pintor-decorador Manuel Muñoz de Ugena; la policromía, «imitando el natural de cada cosa», otorgaverosimilitud y esplendor a los motivos florales y vegetales que aún perduran en la decoración,que se completaba con carretas de bueyes,grupos de aves,frutas y hortalizasen la chambrana. Esta complacencia en los motivos de la naturaleza tiene su origen en los propios gustos personales del Rey y en la prevalencia de las ideas rousseaunianasque propugnaban un regreso a la pureza de los orígenes y una vuelta al hombre natural. El exquisito mobiliario de esta sala armoniza temáticamente con la colgadura de seda y el arrimadero que presenta delicadas escenas moralizantes inspiradas en las fábulas de La Fontaine.

69. Reloj en forma de jaula, último cuarto del siglo XVIII
Anónimo.
Bronce, oro, esmalte, porcelana, pluma, metal; cincelado, dorado, esmaltado, fundición.
47 x 28 x 28 cm.
San Lorenzo de El Escorial, Palacio de los Borbones, Patrimonio Nacional. inv. n.º 10032143.
Una de las pasiones de Carlos IV como coleccionista fue su afición a componer maquinarias de relojes y otros aparatos para medir el tiempo, complicadas labores de artesanía mecánica con las que entretenía sus horas íntimas. La Casa de Borbón, acorde con los tiempos ilustrados, no concebía el trabajo artesanal y la elaboración de bellas manufacturas como algo indecoroso e impropio de príncipes, actitud que impulsó la
creación de las Reales Fábricas madrileñas. Los relojes-jaula con autómatas simulando pájaros en su interior se pusieron de moda a finales del siglo XVIII, siendo los ejemplares más característicos producto de artífices suizos. Está documentado que en 1786 se adquirió a un comerciante de Madrid para el Príncipe de Asturias «una jaula con un canario y movimiento y música». Esta adquisición podría corresponder a este reloj que reúne tres de las cualidades distintivas de la personalidad y gustos del Rey: la curiosidad por el mecanismo, la admiración por la belleza intrínseca de la pieza y el gusto por la ornitología.

106. Silla de brazos, 1801
Real Taller de Ebanistería y Gabriel Blanco (tallista).
Caoba, limoncillo, ébano y boj, y sedas modernas, 91 x 60 x 48 cm.
Madrid, Palacio Real, Patrimonio Nacional, inv. n.º 10003353.
El hallazgo arqueológico de las ruinas de Herculano y Pompeya poco antes de la venida a España de Carlos III, impuso una novedosa lectura de la Antigüedad clásica que revolucionó el gusto en las cortes europeas e influyó decisivamente en la conformación del gusto del joven Príncipe en su etapa napolitana.Los repertorios de estampas recogidos en Le antichità di Ercolano esposte (Nápoles, 1757-1792) y en otros conocidos álbumes, recogen motivos que se verán continuamente reflejados, sobre todo, en las decoraciones de las casitas de campo del Príncipe en los Sitios Reales de El Escorial y El Pardo, y en la Real Casa del Labrador de Aranjuez, erigida ya siendo rey; a ésta última pertenece la silla de maderas finas que formaba parte de un conjunto unitario de mobiliario destinado al Salón grande. La forma del respaldo evoca el klismós griego y la marquetería de su adorno, con escenas de juegos de niños, es una reinterpretación de los preciados motivos anticuarios que acompañaron a Carlos IV en sus entornos íntimos hasta el final de su reinado.

156. Silla de manos de la reina María Luisa de Parma, 1795
Talleres Reales.
Carpintería, ebanistería, escultura, dorado, tejido y pasamanería, 163 x 78 x 100 cm.
Madrid, Palacio Real, Patrimonio Nacional, inv. n.º 10008050.
Esta silla de manos encargada en 1795 por la reina María Luisa para prestarle servicio en el Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial, fue la última en su tipología realizada para la Casa Real española. La preciosista decoración de la caja está realizada con maderas finas intarsiadas, cuyo estilo se ha relacionado con la sala de maderas finas en el Palacio de los Borbones del complejo escurialense.Destacan en el singular ornato las dos esfinges de talla dorada que soportan la silla y las placas de metal dorado en los laterales que presentan asuntos mitológicos. El tapizado original del interior se conoce por los documentos como «al estilo del día», con galón de seda bordado, imitando los motivos de taracea exteriores; el interior actual, revestido de terciopelo y galón de plata, pertenece a una restauración posterior efectuada en 1816.

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