Las cumbres entre las que sale el Sol en Amarna.
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TEXTO DE EL SOL NEGRO, p.10.
“Ya en tierra, buscando sentir de nuevo la presencia de aquellas gentes que habían vivido allí hacía más de tres mil años, recorrí las ruinas: el Gran Templo de Atón, los jardines del palacio real y el palacio del norte, al que se había retirado Nefertiti, la Gran Esposa del faraón Akhenatón, fundadores de la ciudad.
Busto de Nefertiti, Museo de Berlín. Le falta un ojo.
Visité también el taller del escultor Tutmés, donde él creó y dio vida a las imágenes de la familia real y sus amigos. Subí a las necrópolis de los nobles. Y me acerqué anhelante a la escondida tumba de los reyes
y su familia.
El fuerte sol hacía nacer espejismos en la distancia y en mi
mente. Y al fin, sentí de nuevo a mi alrededor a los viejos fantasmas con los que había adorado aquella mañana al Disco solar. El susurro del viento en la soledad del valle era su voz doliente. Y los raídos adobes de los maltrechos edificios parte del polvo, ahora vivo, de sus antiguos habitantes.
Oí que aquellos seres me hablaban, velada su voz doliente por la arena macilenta de los siglos. Un lamento ardiente que mi ilusión cambiaba en siseos, susurros y suspiros de espíritus invisibles, liberados por el conjuro de mi voz de su eterna morada de silencio. Los fantasmas de el-Amarna me rodeaban en el desierto paisaje de la ciudad dormida. Revivían a mi paso por la magia de mi matutina oración al sol”
Reconstrucción ideal del busto de Nefertiti, con los dos ojos.
Todos los poros de mi cuerpo sentían su vida alrededor de mí.
Fantasmagóricos rumores de pasos sobre la dorada arena, voces de arrieros
resonando en los caminos, alegres campesinos afanados en sus labores
agrícolas, entonando cantos de amor, gritos y risas de niños jugando
a la orilla del río sin temor a las fauces de los feroces cocodrilos. Y renacía
también el armonioso canto de las aves entre el tupido follaje de los árboles que protegían del sol a los numerosos viandantes que antaño alborotaban en sus calles, hoy sólo repletas de arena y silencio.
A lo lejos, el retumbar de los tambores de la guardia nubia anunciaba, como entonces, la audiencia real en el palacio y la entrega oficial de
recompensas. El faraón y su esposa sonreían complacidos tras el común ritual matutino de adoración al sol, regalando a sus súbditos ricos collares
de oro, agradeciendo sus servicios y fidelidad.-( EL SOL NEGRO. LA VENGANZA DE NEFERTITI, p.10.Copyrigth Ana Vázquez Hoys 2010).
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